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LA GUERRA DE LOS CHICLES, ENTRE OTRAS…

By Jordi Folck
11/10/2020

MEMORIAS DE UN ESCRITOR (30)

El proceso creativo de cada libro siempre es distinto porque nace de unas particularidades, de unas circunstancias irrepetibles. Nacen en un lugar, en un tiempo donde, de repente, todo parece encajar para dar pie a una próxima obra literaria.

Creo que fue en el año 1994-95 cuando acudí al Centro de Lectura de Reus,  por alguna razón que no alcanzo a recordar. Sentado frente a una de esas mesas centenarias deslicé mi mano por debajo hasta toparme con el cadáver endurecido de un chicle. Ya como adulto  caí en  la intolerancia de pensar que algo habría que hacer con los puercos que iban enterrando chicles en los lugares más inesperados… en mesas… en butacas de cines o iglesias… en sillas escolares… Fue entonces que se me ocurrió que sería bueno escribir un libro de relatos protagonizados por el chicle. Se me había ocurrido la historia de un muchacho que hinchaba su bola de chicle hasta salir volando y alcanzar, como el Barón de Munchausen, la luna… la historia de un abuelo que se enganchaba a un chicle olvidado de su nieto  en su butaca preferida  y allí ya no podía moverse. En otra de las historias los compañeros de una escuela visitaban la Abadía de Westminster dónde abandonaban sus chicles  bajo los bancos pocos días antes de la coronación de su Majestad la Reina: entonces un chicle se despegaba y rodaba hasta el pasillo donde el zapato real de su majestad iba a encajar con tan mal resultado que no había forma de despegarlo. A Su Majestad Reina la coronaban descalza y ella, enfurecida, creaba la Ley del Chewing Gum  que prohibía consumir chicle en todo el Reino Unido.

El libro, que en un principio iba a llamarse El país del Chewing Gum, iba a ser una colección de narraciones breves. Decidí empezar por la de su Majestad la Reina Isabel II, personaje por la que siempre he sentido cierta simpatía porque me recuerda a las reinas bondadosas e inmortales de cabello blanco de los cuentos antiguos. Pero aunque mi intención era escribir un relato corto en la segunda página empezaron a aparecer demasiados personajes…Roald Dale (en un homenaje a mi admirado Roald Dahl) Jack Williams, Pamela Renée, Felicity Brown,Peter Watson, Quentin Black… (nuevo homenaje a Quentin Blake, el dibujante de cabecera del escritor galés autor de Charlie y la fábrica de chocolate, entre otras).
Las páginas fueron creciendo y en la sexta o séptima hoja me di cuenta de que aquello podía ser una novela espumosa, carcajeante, trepidante, enloquecida…una novela de bandas de amigos que se meten en problemas y que acaban encarcelados en la Torre de Londres y creando la Resistencia para lucha contra el poder establecido
Por aquel entonces solo escribía los fines de semana o algunas tardes-noches.

La guerra de los chicles se convirtió  en un paspartú a varias guerras personales: la marital y la profesional.

Cambios profesionales

Yo dirigía una agencia de publicidad llamada Folch-Genius & Co en Reus, en un ambiente cerrado, provinciano y comercial como era el de Reus. Mis clientes eran comerciantes y pequeños empresarios a los que costaba invertir en publicidad. Fue un amigo, Albert, de la distribuidora de libros l’Arc de Bará que me habló de Miquel Alzueta con el que, insistió, íbamos a encajar a la perfección. Por alguna razón en junio de 1997 fui a Barcelona a conocerlo y me ofreció absorber mi empresa de Reus  y ofrecerme un puesto de trabajo en Columna Comunicación, una empresa formada por una editorial y por una agencia de imagen corporativa y publicidad.

De hecho fue vivir solo en Barcelona, desde septiembre de 1997, lo que precipitó la separación. Mi piso del Comte Urgell  donde aún permanezco  (entonces sin televisión) me permitió las tardes-noches  de lunes a viernes escribir largamente y aún mejor, reflexionar sobre qué quería en mi vida y sobre lo que no quería.

Cambios personales

Ya conté que mi esposa ese oficio de escribir no cuadraba con sus ambiciones de contar con un marido publicitario y no con un bohemio dedicado a las letras y que iba a ser, de seguir por ese camino, un muerto de hambre.

Y así, desde la génesis de la idea oculta bajo una mesa  habían pasado casi 4 años escribiendo solo los fines de semana. Algunas de las páginas de mi guerra literaria  las escribí en el verano de 1998 en Cambrils en el apartamento de mi esposa. Fue a la manana siguiente de carnaval de ese año que estalló un conflicto personal que llevaba tiempo gestándose y que por decisión propia iba a acabar con ese matrimonio de 10 años que empezaba  en boda un 10 de octubre de 1987. Y esas páginas de mi guerra fueron escritas entre el silencio de dos personas que ya estaban en sus últimos días. Desconozco como fui capaz de escribir entre silencios y reproches, miradas y acusaciones pero siempre recordé a Hemingway que reconocía que era cuando estaba deprimido que obtenía los mejores letras.
La separación llegó un 31 de agosto de 1998 ya muy avanzada la escritura de mi guerra ficticia.

Sólo 5 días después, el día de mi cumpleaños, conocí a la persona que iba a estar en mi vida algunos años pero es otra historia y quizás pueda ser contada en otra ocasión.

La historia de los chicles  estaba terminada  pero tenía un problema: no era creible. ¿Qué lector iba a creer en una historia donde los niños eran encarcelados en la Torre de Londres por consumir chicle? Pero ocurrió algo. A solo dos días de mandar el libro a la convocatoria del concurso Guillem Cifré de Colonya fui al cine a ver “El show de Truman”. Algo del film despertó, en el patio de butacas, que solo iba a aceptarse esa premisa loca si convertía el libro en un musical con “todo hablado, todo cantado, todo bailado.. En solo dos días escribí alguna canciones que puse en boca de los chicos. Y asi mandé el libro al concurso. Mientras esperaba que se fallara, algo que iba a ocurrir el dia 12 de marzo de 1999  tuve la idea de añadir dos nuevos capítulos relacionados con los derechos de los niños. 

Cuando en la mañana de 13 de marzo recibí la llamada del jurado según la cual esa tarde me esperaban en el Palau Sollerich de Mallorca para recoger el premio  y sus seis mil euros empezaba uno de los días más entrañables y felices de mi vida cuando aún en aquellos tiempos los escritores éramos algo. Vinieron al aeropuerto a recogerme dos periodistas -las notícias iban a aparecer a la mañana siguiente – y el acto de entrega fue muy hermoso. Coincidía el premio con que abandonaba Columna Comunicación y entraba en el grupo editorial Enciclopedia Catalana lo que tuvo lugar el 6 de abril siguiente dirigiendo Voces Públicas/Veus Públiques, una empresa editorial y publicitaria. La oferta había llegado porque su director general D. Benet Llebaria  había solicitado a Columna a alguien que le ayudara a hablar en público y a preparar sus discursos frente al numeroso equipo comercial (o vendedores de enciclopedias) Y yo fui el elegido. El gusto y el conocimiento de la oratoria desde Demóstenes a Dale Carnegie iban a llevarme hasta allí.

Hubo una campaña publicitaria sobre “La Guerra de los Chicles” en televisión donde aparecían mis hijos  y una campaña de cartelería que yo mismo llevé a cabo y que ayudaron a difundir el libro premiado.

https://youtu.be/iiuxg1FxpCw

Veinte años después esa guerra, apagada ya las otras, sigue dándome satisfacciones. Dicho de otra manera, sigue vendiéndose como lectura obligatoria en muchos centros escolares. Apareció después una versión en castellano y hace solo dos meses el texto teatral (escrito en el año 2002)   que ya vió dos adaptaciones: en el año 2004 por un grupo escolar de Barcelona y hace dos años en el Sat San Andreu de Barcelona con una versión dirigida por David Martínez des de La Nave Va. Recientemente  el texto recibió una ayuda de SGAE que me permitió pasar el texto teatral al inglés con traducción de Matthew Tree esperando, un día, su internacionalización. Que así sea.

Hace ya siete años escribí una continuación:  La guerra de los Chicles  s.XXI cuya acción trasncurre  50 años después   pero la extensión de la novela  hizo que fuera rechazada por La Galera y que, aún a día de hoy, no haya encontrado editor. Esperemos que en los próximos años se pueda resolver

Himno de la Resistencia

¡Una reina se ha caído!

Decidme todos, ¿cómo ha sido?

Un chicle no ha resistido

¡Y enojada se nos ha ido!

Dadle chicles sin parar

¡Ra–ta–ta–plam!

y deje así de rechistar

¡Ra–ta–ta–plam!

 Ha nacido la Resistencia

para luchar contra el poder,

lograremos que su Excelencia

se entusiasme por los chiclés:

de fresa, limón o nata,

del derecho o del revés,

¡que comer chicle no mata

aunque lo tenga a sus pies!

Que no  den ya más la lata,

Y nos olviden, ¡ay pardiez!

 Ésta es nuestra insignia:

dos bolas de chiclé.

La campaña no es indigna

defendamos el porqué

 ¡Una reina se ha caído!

 Decidme todos, ¿cómo ha sido?

Un chicle no ha resistido

¡Y enojada se nos ha ido!

Dadle chicles sin parar

¡Ra–ta–ta–plam!

y deje así de rechistar

¡Ra–ta–ta–plam!

 Si no quieren escucharnos

Oirán nuestro grito de guerra

¡Resistentes! podrán encerrarnos

pero no apagaran nuestra queja…

 Libertad a los chicletistas,

levantemos las prohibiciones

Ni usted, reina, ni ministros,

con palabras o cañones

lograréis que en Inglaterra

dejemos de masticar;

si lo hacemos, en esta tierra

no hay hoy ni mañana habrá

 ¡Una reina se ha caído!

Decidme todos ¿cómo ha sido?

Un chicle no ha resistido

¡Y enojada se nos ha ido!

Dadle chicles sin parar

¡Ra–ta–ta–plam!

y deje así de rechistar

¡Ra–ta–ta–plam!

Que los chicles son castillos de altas torres,

bombas de viento a punto de estallar,

juegos de niños, aún, soñadores,

bolas del mundo dispuestas a rodar.

Escuchad, muchachos, lo que la historia  diga

que los mayores nada ya no entienden

sin juegos y sueños: ¡una vida perdida!

Del norte al sur, de oriente a occidente.

Ay de aquellas cabezas maltrechas

que solo saben hablar de las leyes!

Ceñidas por coronas pesadas y estrechas

Convierte en  iguales a soldados y reyes.

Con chicles como munición

abriremos sus cabezas.

No es en vano, la lección,

para estas cabezas cuadradas;

que oirán esta canción

¡enganchadas o rodadas!

Alzad las velas, remontaos

que os queremos ver volar

desde el cielo de Inglaterra

entenderéis nuestro gritar:

vamos todos, queremos la guerra,

en el país de Chewing Gum.

 ¡Ra–ta–ta–plam!

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