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¿Qué es literatura? Un breve viaje en tren

By Jordi Folck
04/07/2017

¿Qué es literatura? Un breve viaje en tren

Regional Barcelona-Cambrils. 11’03 de la mañana.

Me siento en Sants y junto a mí una muchacha de color, su amiga de tez blanquecina y, frente a la primera, un muchacho. Hablan en francés de su primer día de vacaciones en Port Aventura.
Abro mi libro. Y pronto estoy ya muy lejos de allí. En los andes. Sigo el periplo vital, la aventura de tres héroes de la aviación: Antoine de Saint Exupéry, el padre de “El pequeño Príncipe”, Mermoz y Henri Guillaumet. Supe de ellos en Tarfaya (Marruecos) y creí que la palabra “hérooe” se aplicava con escaso rigor y demasiada generosidad. Claro que, en aquellos tiempos yo, memo, no sabía nada de ellos. Y  no imaginava que un día iban a convertirse en literatura “heroica”.
Aunque el trayecto dura apenas hora y media ya llevo varías días con los tres amigos que acaban de abrir líneas regulares de aviación “aeropostale” para repartir sacas de correo entre nuevas rutas en Sudamérica. Pero lo que es una pericia el hecho de volar a escasa altitud entre los peñascos, las cimas nevadas de los Andes, auténticos cuchillos también es  puede ser una tragedia.

Apenas unos días antes mientras St. Exúpery sigue en Cabo Juby entablando relaciones con los cabecillas de las tribus de la zona, Mermoz casi pierde la vida (y la de su mecánico) en la laderas escarpadas de los Andes. Estás en pleno vuelo cuando de repente el motor tose y ya sabes que pasa a continuación: el avión se detiene y cae. Pero Guillaumet, piloto experimentado ve una laguna en medio de la nada rodeada de la nieve del primer invierno y logra aterrizar. Le quedan provisiones para dos días pero en el silencio de la montaña, apenas una minúscula hormiga en ese mantel blanco sabe que va a morir. Oye los aviones de sus compañeros que le buscan. Pero nadie ve sus bengalas. Y para no morir de inanición y de frío, bajo cero, empieza a andar.
Una muchacha habla por su teléfono móvil entre grandes risotadas. Otra anciana grita para hacerse oír de que “pronto llegarán a Vilanova”. La muchacha de color duerme. su compañera me observa: hace rato que me remuevo en mi butaca. Elevo mi tronco, desato mis pies, veo sin mirar, abro mi boca y la cierro con ese regusto amargo de la muerte que me alcanza. Me recuesto, me inclino a mi derecha y a mi izquierda. No es una obra de ficción sino que recoge la travesía de esos tres hombres cuyo arrojo era más propio de dioses e inmortales, arrojo, empuje, pasión y que ya pocos conocen en el ciertamente cómodo (para muchos)  s.XXI.

El libro relata su vida y aunque todo eso ocurriera en 1930 cerca de Santiago de Chile está pasando ahora. Y me viene a la memoria otra tragedia de los Andes, el del vuelo 571 de la Fuerza aérea Uruguaya, contada en el libro “Viven” con los hermanos Parrado, Methol y sus 16 supervivientes de un avión caído en 1972 donde unos y otros practicaron el canibalismo para sobrevivir. Ato cabos y sé que a mi fiel compañero de viaje, a ese Guillaumet le quedan pocas horas de vida. Leer significa enlazar palabras y lecturas y obtener, demasiado pronto, un dictamen. Sigo removiéndome aterrado en mi asiento.
Tenía razón el autor de “Lolita” Nabokov cuando escribió que una buena historia debería ser como “una patada en plena columna vertebral que te duela demasiados días”. Pero Antonio Iturbe no me ha dado una patada sino varias. Me tiene cogido de mis testículos y me lleva por donde quiere. No sé si Mermoz se reiría con eso. Lo cierto es que estoy en mis últimos minutos de vida. Voy a morir con Guillaumet y ya sin él nada será lo mismo. Estoy por abrazar a Iturbe. Estoy por pegarle. Guillaumet se dispone a morir. Se despide de su adorada Noëlle. Pero se da cuenta de que si no encuentran su cuerpo ella no recibirá su póliza de seguros que le permitirá vivir un tiempo con cierta holgura.

“Si no lo encuentran sólo figurará legalmente como desaparecido y pasarán diez años antes de que certifiquen su muerte”.

Entonces decide arrastrase con un cuerpo que ya no reconoce y decide subirse hasta un penacho para morir y que alguien pueda verle: en su ascenso resbala ocho y nueves veces hasta lograrlo.
“Vuelve a caerse y ha de agarrarse con las uñas para no irse hacia un terraplén que desemboca en el vacío. Su cerebro es como la carne congelada que ahora le produce arcadas. Sólo sigue. Ya ni siquiera se acuerda por qué… Ya todo se está haciendo borroso. No sabe si anocheciendo o se está muriendo.”

Ha sido portada en todos los periódicos de Chile que ya le dan por muerto cuya imagen aparece rodeado con una tira negra.
Morimos con él frente a las estrellas. Sabiendo que no habrá amanecer. Pero su cerebro le obliga a seguir, seguir, seguir. Y cuando ya no queda esperanza, ni para él ni para nosotros, descubre a un asno después de un esfuerzo que ni tan siquiera una bestia hubiera sido capaz de lograr. Y cerca del asno, un hombre.
“Los Andes nunca devuelven a los hombres” decían.
Está vivo. Guillaumet vive. Yo vivo con él, cuando mi agitación habrá ya sido descubierta por mis vecinos de compartimento. Y sin poder evitarlo, con el corazón en el puño derramo una sola lágrima.

La muchacha frente a mí me pregunta en un español acentuado
-¿Está bien?
Yo solo atino a responderle “Guillaumet está vivo”.
¡Guillaumet está vivo!
Ella no lo entenderá. Los que perdieron su tiempo entre bagatelas, quizás durmiendo, pegados a su pantalla móvil la vida es sólo aquello que está frente a ellos. Y nada más. Y seguirán sus días entretenidos, felices a su manera conformándose con vivir su propia vida sin saber que detrás de las páginas de un libro se asoman otras mil vidas hermosas, intensas, quizás miserables, quizás desoladas pero que tienen algo que contar a quien merezca vivirlas.
El viaje termina. Me apeo en Cambrils en un día soleado, feliz de que Guillaumet esté entre los suyos con Tonio y Mermoz. Y ahí dejo caer las lágrimas de felicidad. Silabeo litertaura: li-te-ra…
Y de todo ello ya hace 86 años pero, dicen que el tiempo vuela y para mí, fue solo apenas un instante.

Eso , y sólo eso, es literatura.

 

Antonio Iturbe. A cielo Abierto. Seix Barral.

Fotografía propia
Próxima semana:  La “literatura” basura.

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