Un nuevo reto
En el año 2005 me propuse el reto de escribir una novela LGTB: Abel se trasladaba de su pueblo natal hasta Barcelona para ingresar en la universidad. Allí esperaba comprenderse mejor, tal vez aceptarse y saber si… aquello que le inquietaba, un enamoramiento hacia las personas de su mismo sexo, podía encontrar una respuesta en alguien que pensara y fuera como él. La primera versión del libro era un puñado de cartas que se dirigían a un deconocido. Abel pretendía narrar su viaje iniciático hacia el otro a quien entregaria sus cartas cuando amara y fuera amado lo que solo llegaba en el último capítulo.
Uno de los editores, Josep Lluch, de Proa me dijo que no estaban interesados porque según él, después de haberla leído, no era exactamente una novela. Estoy convencido de que, apenas unos años antes, cuando la belleza literaria era suficiente justificación para que fuera publicado un libro habría llegado al lector sin problemas. Pero me interesan los retos, las provocaciones y saber qué puedo sacar de ellas. De hecho… cambié la estructura, creo que para bien. En la nueva y definitiva versión aparecía Robert,el hermano pequeño de Abel que, nueve años después de la desaparición de su hermano, recibía un puñado de cartas de amor de una desconocida. La lectura de esas cartas le permitía descubrir a un hermano muy distinto del que había idealizado, y más al saber que su hermano era homosexual.
De hecho en la contraportada del libro ya aparecía el qué y el por qué de ese libro:
Novela iniciática y realista, historia de amor y muerte donde las palabras se convierten en golpes a la conciencia del lector, “Primera memoria de Abel M.” se convierte en un alegato necesario a favor de la tolerancia, de la diversidad y una defensa férrea del amor, sin que nada más importe. El autor construye, así mismo, una crítica aterradora cuando la pérdida del amor y de los valores conducen al ser humano hacia la autodestrucción. “Primera memoria de Abel M.” quedará como un testimonio lúcido de cómo, llegado el s.XXI todavía muchos, jueces y verdugos de los otros, se niegan a aceptar otra forma de amar.
¿Cuál fue el desencadenante de esta historia? En el año 2005 tuvieron lugar diversos acontecimientos : el primero de ellos el asesinato de un joven homosexual de 27 años en la zona de cruising de Montjuic, en Barcelona: su asesino fue capturado dos meses después y confesó que lo mató por el hecho de ser gay.
El segundo que, en otoño de aquel año, un chico de 14 años se declaró homosexual en la escuela: tuvo que cambiar de centro porque le hacían la vida imposible: lo habían dibujado encima de tacones y con su número de teléfono invitando todo el mundo a insultarlo… ante la pasividad del profesorado. Poco después se publicaba la estadística de que el 75% de estudiantes de secundaria( 12-17 años) rechazarían a uno/a compañero/a gay.
El tercero hecho fue descubrir al escritor Cesare Pavese quien dijo: “la literatura debe constituir una defensa contra las ofensas de la vida”.
Fue entonces que pensé que era el momento de construir una novela para adultos donde, a partir del asesinato del chico y a través de sus cartas de amor (ficcionadas) descubríamos la personalidad soñadora de Abel, su personalidad, su vida estudiantil, su capacidad para escribir, el camino del amor hasta llegar a su trágico final. Se trataba de ensartar las claves sentimentales y emocionales de un viaje que nos llevaba de las tierras del Ebro donde Abel vivía con su familia (cuyo padre regentaba un horno de pan) hasta la capital del país donde descubría un mundo homosexual frívolo, decadente, hedonista que le resultaba adverso y doloroso. El sexo como moneda de cambio del público gay sin apenas trazos del Amor (en Mayúsculas).
La novela no pretendía construir la vida del chico asesinado sino ficcionalizar una historia donde convergía el amor del encuentro y el dolor de la pérdida. Robert, el hermano pequeño del finado, iba a reproducir el comportamiento de la mayoría de adolescentes y su actitud perturbadoramente homófoba hasta que, a través de la lectura de las cartas, acabara aceptando a su hermano, abriéndose a nuevas realidades y, años después de su muerte, queriéndolo.
Otras significaciones
1.el maltrato de género (una madre que es apaleada por su marido y un hijo que al declarar su condición homosexual es expulsado de casa)
2. el miedo y la incertidumbre de muchos adolescentes que esconden su identidad sexual por no ser rechazados socialmente.
3. el papel de la familia y cómo se enfrenta a un elemento a menudo, devastador
4. una crítica sin concesiones a una parte del mundo gay donde el que se lleva es la promiscuidad, la frivolidad y un “tanto marcas, tanto vales”
Para escribir el libro entrevisté a varios chicos homosexuales de Barcelona de 16, 17 y 18 años, localizados a través de chats de forma que la historia que se construye en el libro es real en toda su inmensidad y profundidad.
A pesar de que se trata de una novela para adultos pretendía que muchas escuelas lo incluyeran como lectura obligatoria para abrir el debate y la discusión en el aula y promover un clima de tolerancia y respeto hacia quien se muestra diferente. Pero eso nunca ocurrió. Me imagino a un padre denuciando al centro educativo por recomendar novelas de “maricones”…
Primera Memoria de Abel M. es uno de mis libros más hermosos y más desconocidos aún hoy ocho años después. Quizás porque se trata de un libro de cartas de amor y, como dijo un mal crítico( gay) …”es un libro sin sexo donde no pasa nada. ¡Los hay imbéciles!
Fue presentado en Barcelona con Silvia Aranda y la recientemente desaparecida Montserrat Carulla, dos grandes actrices que interpretaron los papeles de las dos madres de los muchachos . ¡Eternamente agradecido!
No se trata de literatura gay, sino de literatura epistolar sobre sentimientos… un libro que todo el mundo debería leer para conocer la verdadera naturaleza del amor… que no conoce ni edades, ni géneros, ni credos, ni colores de piel, ni procedencias, ni ideologías…
https://www.youtube.com/watch?v=J8AcrlV6WQM&t=1s
Incluyo una carta con elementos biográficos retomados de la vida real, en ese caso de mi formación escolar.
Una carta de Primera memoria de Abel. M.
Querido…
Debía de tener diez años, y después de un cambio de escuela en una población próxima, conocí el profesor P*, un hombre de facciones duras, hombros anchos, manos regiordetas, el último ejemplar de ese tipo de maestros que consideran que la letra por la sangre entra. Cuando “pegar” a los alumnos parecía más bien algo de la literatura de Dickens o de prácticas rurales en pueblos de la España profunda, el profesor P* mantenía que la mejor manera de hacerse respetar era la práctica sostenida de las bofetadas: al principio te inmovilizaba, pulsando la punta de la nariz con los dichos pulgar y el índice, y a continuación te abanicaba una ruidosa bofetada. La excusa era cualquiera: haber olvidado el diario escolar, no prestar atención a clase, charlar con el compañero, sacar una mala nota en un examen. Era el último curso en que teníamos un único profesor: un año después, al cambiar de curso, tendríamos hasta ocho distintos, cada uno en su materia. Verlo entrar en clase cada día, por mucho que me habituara a su presencia, me revolvía el estómago, pensando si aquel día llegaría mi turno de boftadas. Recibí alguno de sus castigos humillantes sin una sola lágrima. El que no sabía es que por la noche la fiera se volvía dócil y mimoso: los padres se enteraron que él daba clases particulares y, para reforzar mi aprendizaje ¬sin haber sacado ni un solossuspenso me inscribieron en sesiones de recuperación que el profesor impartía en su domicilio particular. Este hecho ya era extraño por él mismo, puesto que era prohibido al profesorado de la escuela cualquiera práctica docente de carácter privado. De nada sirvieron mis llantos, mis angustias inútilmente expresadas; en este asunto mis padres serían inflexibles. Martes y jueves, de siete a ocho, me las tenía que ver con él y con un grupito de tres o cuatro chicos, todos muy asustados. Al llegar el primer día nos pidió que guardara en secreto aquella relación extraacadémica. Pero no me esperaba, ni en la más rica de las imaginaciones un cambio tan extraordinario: en casa, era otro hombre, que reía a menudo, y que nos llamaba por nuestros nombres de pila en lugar de hacerlo, como en la escuela, por el apellido; era paciente y nos explicaba las lecciones con una ternura propia de las abuelas cuando llega la hora del cuento.
Pero los lobos, por muchos disfraces con que se oculten para engañar a las CAPERUCITAS que corren por este mundo, no pueden ocultar sus colmillos. Y sus dentelladas, las vi pronto.
Yo, en aquel tiempo, era del todo inocente; la vida en un pueblo no presentaba ningún tipo de alteración en el ir y venir de los días, cuando los únicos episodios notables son la renovación de nombres en el nacimiento y la muerte de sus habitantes. Por eso me costó entender y digerir algunos episodios que se repitieron en el domicilio del profesor. Entre nosotros había un compañero de la escuela de rostro delicado de ojos transparentes y limpios que te miraban, a menudo, detrás de los tirabuzones oscuros de sus cabellos; era alto, apuesto, aniñado aún y, de no ser nuestra escuela religiosa y solo para chicos, entiendo que habría levantado admiración en abundancia y legiones de admiradoras. Yo no tenía todavía tan desarrollados del todo mis deseos como para poder sentir ningún tipo de atracción hacia él. A menudo, Josep C* llegaba a la clase de recuperación desaliñado, con los faldones de su camisa fuera del pantalón después de haber corrido quién sabe detrás de qué, y a menudo el profesor, que debía de acercarse a la cuarentena de años, le lanzaba unas palabras reprobatorias sobre su indolencia. A continuación, ayudaba a asearlo, lo sujetaba —añadiría que lo inmovilizaba—, y cogiendo los faldones los metía dentro de los pantalones, hundiendo las manos hasta que el chico se lamentaba al sentirse tocado, a que él respondía que no pasaba nada… Este gesto se repitió varias veces hasta que un día también yo, inadvertidamente, llegué en aquella situación con la camisa fuera de los pantalones. Cuando el maestro se me acercó haciéndome todo de reproches de alguien tan pulcro como yo, me apresuré a arreglármelo yo mismo, a pulir mi aspecto para evitar que me tocara. El hombre se ruborizó cómo si hubiera sido descubierta su falta. Mi gesto valiente me apartaría definitivamente de cualquier otro intento por su parte. No sería hasta pasados los años que me descubrí la magnitud de sus intenciones y de los deseos más ocultos: su obsesión para tocar los genitales a los chicos no era sino una pederastia encubierta; su enojo permanente y la violencia en la escuela una manera sutil de vengarse de la inocencia de la belleza no corrompida, en la represión de su sentimiento. La calidez que nos manifestaba aquellos anocheceres, sus risas, eran una manera halagadora de ganarnos, mientras debía de saborear la fragancia de los jóvene se inocents cuerpos
—Hansel, saca tus dedos que los toque, a ver si ya has engordado!
Hansel, sin embargo, le presentaba un huesecillo, y la bruja, que tenía poca vista, se quedaba muy extrañada que no se engordara.
Después de cuatro semanas le dijo una noche a Gretel:
—Ve y lleva agua, que gordo o no, mañana mataré tu hermano y lo herviré.
Años después, el profesor P* fue expulsado sin que me llegaran los motivos. No lo he encontrado nunca más (a veces pienso que sería bueno que estuviera muerto). A él, de entre aquellos que fueron mis maestros, nunca lo he perdonado. Por eso y en plena conciencia te digo, querido, que me acepto como soy, que estoy dispuesto a quererme como soy y con todas las consecuencias antes de convertirme en un integrante más de la pavorosa especie de los hombres-lobo, que presupongo más extendida del que yo querría. A pesar de sus amables palabras, si prestáis oídos, escucharéis, como salivan sus dientes…
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