El tercero de mis astronautas que me llevaron hasta otras dimensiones llegó en 1987. Así que ya podría definir esos años en que mi vida empezó a cambiar: 1973 (Herminio García) – 1978 (Ramón Oteo)- 1987 José María Ricarte.
José María Ricarte llegó y sacudió mi vida en 1987 cuando cursaba cuarto de publicidad en la Universidad Autónoma. Me inscribí en una asignatura que se llamaba Pensamiento Creativo o Creatividad. Para mí esa palabra era como el Abracadabra de los cuentos. Me apunté sabiendo que quizás iba a ser la llave de todos los tesoros de la existencia, la montaña mágica del flautista de Hamelin donde él tocaba la flauta y nosotros cantando y bailando penetrábamos en un mundo mágico e inacabable, un lugar de juegos que permanecían en silencio esperando a ser descubiertos. Como así fue.
Yo tenia, por aquel entonces, un concepto algo extraviado de la creatividad y la circundaba a artistas plásticos, a literatos, a poetas, a escenógrafos, a actores, sin pensar que esa capacidad que todos tenemos podía integrarse, a la perfección, en mundos tan dispares como la política, la economía o la sociedad…
Esa fue la primera lección de José María: creatividad diaria, cotidiana en todos los ámbitos.
Querer es Poder
La segunda y aún más importante: QUERER ES PODER. O constancia e ideas para alcanzar cualquier meta. O DISCIPLINA e INGENIO. Un anticipo extraordinario del Obama que hay en el Yes, you can.
José Maria fue un nuevo detonante de un explosivo que yo, sin saberlo, tenía guardado ( o que todos tenemos guardado sin saberlo ni beberlo) como esa poción mágica de Asterix o ese “eat me” de Alicia en nuestro país de maravillas.
Descubrí pronto ese reconstituyente: en ese tiempo se solaparon dos circunstancias: una conocer y vivir a José María Ricarte. La segunda haber leído por segunda o tal vez, ya tercera, esa extraordinaria “Historia Interminable” de Michael Ende y mi necesidad y mi sueño de escribir algo así.
Herminio García me había dado la belleza de creer que era posible escribir. Ramón Oteo la madurez o la convicción de que podía hacerlo bien. Ricarte nos regaló a los alumnos de cuarto curso esa sentencia que sería fundamental en mi vida del “si quieres, puedes”. Y en esa seguridad fue que escribí, al año siguiente mi primer libro “La Rosa de Reus” muy vinculado a las aportaciones publicitarias de los anunciantes como ya se dijo en otro post.
José María era un hombre enjuto, largo, algo quijotesco, irónico, sonriente -nunca se enojaba- un explorador entusiasta de la creatividad, autor de diversos libros y gurú de la creatividad más reciente como recordábamos algunos ex-alumnos reunidos por la maga Pilar Pérez en una cena de publicitarios.
Su primer examen ya dejó claro que esa asignatura iba a ser distinta. Tal vez, por primera vez, era una evaluación para la que no había que estudiar y que se posicionaba a millones de años luz de los exámenes buenos para empollones pero malos para el resto de mortales donde la memorización acaba siendo un lastre inútil. Ese examen fue también el examen que (citando siempre la fuente) di a mis alumnos de creatividad en la Escuela Superior de Relaciones Públicas, en la UB, URV, UIC, en las universidades en las que acabé dando clase, algunos años después (2006-2014).
La prueba consistía en una sola pregunta:
¿Cuántas cosas podría hacer de más y cuántas de menos si en una mano en vez de cinco dedos tuviera seis?
La pregunta tenía trampa porque lo que puede hacerse con cinco dedos podrá hacerse con seis y aquello que tampoco se logre con cinco tampoco se logrará con seis. Uno puede seguir practicando solfeo o guitarra, esquiando escribiendo, masturbándose o tocando el ukelele o cualquier actividad humana sin que el sexto dedo dificulte el gesto. Y si con cinco dedos uno no aprende francés porque sí, o matemáticas, o literatura tampoco lo hará con seis. En cierta forma era una especie de “un, dos, tres responda otra vez ” donde lo que sumaba era el número de ideas y no su calidad.
Creatividad era y es diversión y como dijo Einstein tiene lugar cuando la inteligencia se divierte con lo cual acometí mi examen con un enorme sentido del humor estableciendo más allá de la trampa que tampoco vi o no quise ver una relación muy extensa de actividades de uno u otro lado. Me complace recordar que el “8” de nota que anunció se repetía de nuevo ( el 8 de Ramón Oteo, algunos años antes) que era como el aprobado alto para mi cabeza que si lograba enderzar en las direcciones correctas e incorrectas podía convertirse en pararrayos, en sinapsis contínua e definitiva, en piloto rojo de cerebro creativo…
El año con Ricarte fue tiempo de emociones, de diversión, de descubrimiento interior. Un año después cuando estaba estudiando quinto de publicidad empecé unas prácticas en su empresa dos días por semana.
Después nos encontramos al paso de los años en algunas conferencias, en encuentros donde supo que había iniciado una carrera como escritor.
Fue el 20 de junio del 2010 cuando le llamé para preguntarle si podía dirigir mi tesis doctoral que su hijo me informó ese mismo sábado que su padre había sufrido un infarto y que en ese momento estaba debatiéndose entre la vida o la muerte.
Enterramos a José María dos días después. En sus exequias quise dar, en nombre de los miles de alumnos que le conocieron, un pequeño speech agradeciendo cómo su talento había multiplicado el nuestro. Quise llamarle y le llamé “mi segundo padre” y quise mencionar su hermosa y particular forma de examinarnos mientras sus hijos se observaban agradecidos y emocionados. Sí, Ricarte había convertido ese examen en un clásico que aún hoy se repite en las universidades como esa otra prueba de la que habla Mihalyi Csikszentmihalyi en “Flow/Fluir” de cuántas funciones distintas podrían obtenerse de un ladrillo. Y cuenta como algunos niños podían llegar a obtener entre 150 y 200 funciones distintas con un solo ladrillo y en una prueba semejante años después no sobrepasar las 20 o 25 respuestas como muestra de la debacle que, de forma extraña, se produce a llegar la adolescencia y se mantiene largos años hasta el despertar… si llega.
https://www.ted.com/talks/mihaly_csikszentmihalyi_on_flow?language=es
Generación Ricarte
Creo que hay una Generación García o una Generación Oteo o una Generación Ricarte. Quizás porque fue el primero en contarnos que la creatividad no era cuestión de calidad sino de cantidad, que todos podíamos acceder al pensamiento lateral o horizontal en ver del vertical (o analítico), le dio forma al brainstroming, a las asociaciones de ideas porque fue el primero que le dio carta de grandeza a la creatividad vistiéndola también con un atuendo práctico, alejándola de teorías y de ubicaciones parciales diciéndonos “si quieres puedes” o “tú también eres creativo”… lucha por ello. Resulta significativo que mi tesina doctoral fuera precisamente estudiar los procesos de generación de ideas de escritores que venían del mundo de la publicidad demostrando que el pensamiento lateral podía brindarnos, desde la publicidad, resultados prácticos en el mundo de la escritura o en cualquier otro que uno se propusiera.
Posiblemente de los tres profesores a José María le debo ser el ser polifacético que se me reconoce: el publicitario y el escritor, el fotógrafo, el actor ocasional, el periodista, el docente universitario, el investigador casual, el curioso impenitente, el desvergonzado, atolondrado, energético, el metilocoso y extravagante Doctor Folck y el que vive tantos ejes transversales como se suceden si uno cree en sí mismo, aleja los miedos y decide divertirse.
La estela de José María seguirá iluminándonos mientras vivamos. ¡Va por ti!
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Jordi