El día en que recibí en Palma de Mallorca el premio Guillem Cifré de Colonyia (12 de marzo de 1999) pasó algo, que, sin saberlo, iba a llevarme al siguiente libro.
Fue Josep María Aloy, uno de los miembros del jurado, recientemente desaparecido, quien notificó que el premio me correspondía, frente al público que llenaba el Casal Sollerich, pero que se me concedía a pesar de que consideraban que era una obra demasiado comercial -palabras textuales- . Curiosamente en el tiempo transcurrido de varios meses había añadido dos capítulos nuevos, los que se relacionaban con los derechos de los niños y eso alejaba al libro de la “comercialidad” que ellos entendían. ¿Qué dirían de saber que, veinte años después, la “comercialidad” ha aumentado tanto que, posiblemente acabe siendo la primera condición para considerar la publicación de un libro?
De hecho, en ese instante , en el escenario, tomé una decisión: la de que el siguiente libro sería muy comercial y a la vez muy literario, lleno de imaginación, de un lenguaje muy cuidado, buen vocabulario …que se vendería mucho y a la vez sería alta literatura! Hacía pocos días que había leído unos versos de Miquel Martí i Pol, uno de los grandes poetas catalanes.
Porto la tarda recolzada al braç
i jo mateix, perdut dintre la tarda,
presoner dels camins i de la llum,
daurant l’enyor amb l’or amic dels somnis.
Si el poeta que sabía mucho más que yo era capaz de llevar una tarda apoyada en su brazo yo iba a regalarle al niño protagonista una mañana de primavera que llegaba una oscura noche de invierno.
Una mañana de primavera en una cruda noche de invierno
Fue un libro difícil desde su concepción: digamos que tenía un punto de salida pero no tenía ninguna dirección. El primer título del libro fue ¿ Quién ha perdido una mañana de primavera? y narraba las sucesivas visitas de un niño que, perdida su espada galáctica, se acercaba hasta la oficina de objetos perdidos de Barcelona y, allí, cada día, encontraba una nueva historia vinculada con los 665 cajones de la oficina . Llamé Eduardo Folch (el nombre de mi hijo) al protagonista y, de hecho, el ilustrador que hizo un trabajo maestro, Leonardo Rodríguez, dibujó a mi hijo en la portada y en sus interiores. También a mi primogénito Aleix que aparece en las últimas páginas…
El libro empezó como un libro de cuentos sobre juguetes abandonados, mascotas sin hogar, cartas perdidas y de cada uno de los objetos que esperaban en los cajones yo construía una narración. Era un total de quince cuentos. De hecho ya había demostrado en el libro precedente La guerra de los Chicles o incluso con Viaje extraordinario de un tapón de bañera que era capaz de construir una historia de cualquier objeto por insustancial que fuera. De un chicle ahora pasaba a un paraguas mágico que al abrirse despertaba a una lluvia torencial, a las campanas de la noche de difuntos que llamaban a los muertos, a letras móviles que narraban historias que nadie quería escuchar y, sobre todo, a la historia de Adela, la muchacha que encuentra perdida a una mañana de primavera y que en vez de compartirla, la guarda en un cajón hasta deshilacharse y desaparecer. Terminaba con la historia de la bibliotecaria sin nombre que oculta un pasado.
Sin embargo, cuando terminé el libro de relatos no me convenció. Pensaba que si a alguien no le gustaba alguna de las narraciones iba a cerrar el libro olvidando el resto. En efecto, necesitaba un hilo conductor que aunara ahora las diversas historias en una sola.
Pasaron dos y tres años, cuando escribía solo los fines de semana, en esas narraciones pero sin encontrar el hilo.
¡Eureka!
Un día que mis hijos Aleix y Eduard estaban armando guerra y jugando a fútbol en mi comedor mi ex- esposa me comentó por teléfono que los llevara a conocer la obra de Antonio Gaudí. Y así fue como nos acercamos al Palau Güell situado en las ramblas de Barcelona.
Llevaba ya tiempo pensando que ese libro no iba a publicarse y que lo mejor que podía hacer con él era arrojarlo al cesto de papeles… pero algo me frenaba: la esperanza de que algo podía ocurrir…
Y fue allí en el onírico y fantástico Palau Güell cuando al visitar una de sus estancias en el piso superior encontré abandonada en la mitad de una estancia a una silla con líneas y dibujos en su respaldo. Mi mente, de manera súbita, dio con ese Eureka. ¿Qué pasaría si en la oficina de objetos perdidos hubiera una silla (el cajón 666) cuyo asiento pudiera levantarse hasta descubrir un pasillo que llevaba hasta el mismísimo infierno donde vivía un arquitecto que, por vender el alma al diablo para querer parecerse a Antonio Gaudí, era engañado por el mismo Lucifer y convertido en una bestia terrible con la que más pronto o más tarde iba a enfrentarse, a golpe de espada, Eduardo? Me costó poco reescribir el libro y situar los suspiros, los movimientos de ese animal hasta llegar al enfrentamiento final del bien y del mal.
El proceso creativo aún no había terminado. Había escrito todas las páginas en primera persona. Entonces empecé a escribir hasta 70 páginas en tercera persona. Pero no funcionaba así que volví a la primera persona. El género era el de suspense, de terror para público infantil-juvenil ( a partir de 11 años). Terminé el libro que mandé a la editorial Barcanova para un premio que no ganó (el Barcanova de lieratura) pero que iba a ser publicado en el número 100 de una colección y con una campaña publicitaria sin precedentes. El libro, hasta la fecha, lleva vendidos más de 40.000 ejemplares lo que, en catalán, no deja de ser un milagro… Posteriormente la traduje al español y ahora puede hallarse en Amazon como e-book.
https://www.amazon.es/666-CAJONES-sombra-Gaud%C3%AD-Biblioteca-ebook/dp/B06XDBGM2X
La portada es otro milagro: hasta tres lecturas de la ilustración: dos “6”, los ojos de la bestia y las escaleras de caracol. Uno de los má bellos trabajos del venezolano Leonardo Rodriguez
Significaciones
¿Qué significa esa mañana de primavera que llega una noche de invierno?: el libro 666 es una alegoría sobre la creatividad, sobre esa iluminación que convierte nuestra vida gris y oscura en una vida mejor, ese rayo de ideas que nos alcanza y nos transforma. ¿Por qué la bibliotecaria no tiene nombre? Porque aquellas personas con el talento de la creatividad en desuso son apenas seres vegetales y como tales no merecen un nombre…. Por qué el anciano lleva el rostro del arquitecto más universal? ¿Por qué los pasillos de la oficina de objetos perdidos recuerdan a un 666? Hay otras preguntas y otras respuestas que dejaré que el lector encuentre por sí mismo en la lectura del libro, tanto en catalán, como en castellano. Este libro me ha permitido visitar muchas escuelas de Cataluña, todavía 15 años después, y es mi primera respuesta a La Historia interminable de Michael Ende un libro construido con pura imaginación. Otra respuesta posterior a Ende sería Leo Barnes, el chico de papel… pero esa es otra historia (2018) y será contada en su momento…
Sinopsis:
La oficina de objetos perdidos,como un cementerio de recuerdos olvidados, guarda en 665 cajones los objetos más extraordinarios: mañanas de primavera extraviadas, campanas de misa de difuntos, maletines con sombras robadas, pompas de jabón de quienes perdieron la su infancia y aún no la encontraron, juguetes maltratados que claman venganza. Pero el laberinto, una sucesión de pasillos en forma de seis, guarda todavía un misterio mucho más terrible: ¿dónde está el cajón 666 y quién se esconde ahí? Cuando Eduardo, al perder su espada, se adentre en la vieja oficina, despertará las fuerzas del mal, y en una lucha a vida o muerte ya nada volverá a ser como antes.
Un arquitecto vende su alma al diablo para convertirse en el nuevo Gaudí pero el diablo le engaña y transformado en medio bestia medio hombre le convierte en arquitecto del infierno. El pequeño Eduardo acabará enfrentándose al Mal en una historia de suspense y terror que constituye un canto a la imaginación más universal en un homenaje al arquitecto universal Antonio Gaudí a través de sus espacios más conocidos: el Palau Güell y La Pedrera, tributo a Jorge Luís Borges y sus universos paralelos y sus laberintos y una reivindicación de las bibliotecas donde “duermen pequeños cajones blancos llenos de letras inteligentes que, de no ser abiertos y leídos terminan entre los dientes afilados de la trituradora de papel”.
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