27 de julio, tarde
Desde que Carlos y yo nos miramos a los ojos, no puedo pensar en nada más. Me levanto acariciándole, envuelto en él, después de una noche entera haciéndonos el amor. Voy a dormir con él. Lo dejo que se vaya a ensayar, a sus cosas. Recuerdo la clase de Literatura en que leímos el librito del poeta Tagore cuando habla del matrimonio y dice: “Nadie es esclavo de nadie”. Eso sí, por la noche, después de que mis padres han cenado, cuando me encierro en mi cuarto, él se cuela por la ventana. Siempre se sorprende al ver la habitación llena de fotografías y carteles de Dharma. Grapé en la pared una camiseta que compré en Sils, postales y carteles que he comprado en alguna tienda de Barcelona y de las que regalan las revistas. Carlos me dice: “¿No te estás pasando un poco?”. Yo le digo que no. “¿Tanto me quieres, bonita?”, me pregunta. Y yo le respondo: “Muchísimo. Ya no podría vivir sin ti. Te quiero, te deseo, te necesito”. Y entonces, él hincha su pecho, se me acerca, me abraza, se desnuda, me quita la ropa y se mete conmigo en la cama cuidando de no hacer ruido, no sea que mis padres escuchen el latir de mi corazón, los gemidos que él me despierta y nos descubran a los dos juntos en la cama. Pero ya no tengo suficiente con mi imaginación. Lo quiero a él. En Espolla parece que fue el primero en preocuparse por mi desmayo. ¿No se caen chicas en los conciertos? ¿Y por qué se interesó por mí?
“¿Estás bien, bonita?”, me preguntó después de que alguien me refrescase la cara. Dije que era el bochorno del verano. “Y las emociones”, habría añadido. Y más que habría dicho… “Te quiero, Carlos. Te quiero mucho”. Pero la cola seguía allí y él tenía que firmar. Y Rossy no me dejaba ni un momento. La muy traidora había preguntado a Rafa si no era mejor llevarme a casa. Quería deshacerse de mí. No quería cargar con un cadáver. Protesté y le dije que la brisa marina me sentaría bien y que fuésemos a la playa.
“El amor produce más muertes que los accidentes de tráfico”. (Tendré que buscar la encuesta en algún sitio).
Esta noche Carlos actúa en Mataró. Y sé que cuando acabe el concierto no le puedo dejar solo, y volver sola a casa. Mi ciudad se me ha quedado pequeña. Mis padres dicen que, últimamente, tengo cara de lunática, que ando medio loca, y yo les digo que qué creen que es estudiar para la selectividad. Que este año pusieron un examen muy difícil, que las universidades quieren menos alumnos y que por eso han inventado los “números clausus” y están poniendo las cosas tan enrevesadas y que tengo que clavar los codos en la mesa o no lo conseguiré. Entonces papá ataca diciendo que soy una exagerada, que si hay algún chico de por medio… Y como sé lo que quieren oír, les respondo que “no estoy para novietes ni para esas historias, que a mi edad lo que tengo que hacer es estudiar”. ¡Con uno que he tenido, un mindundi, ya se me han pasado las ganas! Y ellos, bobos, sonríen. Por suerte, en seis días mi padre cogerá vacaciones del banco. El domingo 2 de agosto se van a Austria. Y me dejan “castigada”. ¡Oh, dulce castigo y dulce recompensa! “Feliz el pecado que te hace regresar a Dios”, sostenía el padre Lástima en las homilías. ¡Tres semanas de libertad! Una dulce sonrisa: haré el amor con Carlos en la cocina, encima del sofá, en la mesa del despacho de papá, en la bañera, estirados en el jardincito una noche de luna. Tendría que conseguir en tres semanas que el Carlos real venga a vivir conmigo. Cuando pienso en nuestra relación y recuerdo que está con Silvia me entran ganas de estrangularla. No sé qué cara tiene, ni cómo es y por qué debe quererlo si no va a ninguno de sus conciertos. Yo, si fuese su compañera, no me apartaría de su lado, me pondría al frente, en la primera fila, no fuese que alguna de aquellas golfas enloquecidas me lo quisiesen quitar. Yo, solo de ver la forma en que una mujer como Rossy y la babosa gigante que es su novio se acercaron a Carlos, ¡llamaría a la policía! Son unos cerdos. Bien que les observé mientras se agarraban el uno al otro en la arena de la playa de Llançà donde acabamos la noche de Espolla. Dice Rossy que en Llançà pasa los veranos Carlos con sus padres, su hermano y quién sabe si lo encontraríamos allí, solitario, haciendo castillos en la arena. Habían puesto una toalla en la arena y lo hicieron allí mismo… Yo, separada de ellos, un poco más allá hacía volar mi imaginación. Creo que al asqueroso de Rafa debía gustarle que los mirase, porque de tanto en tanto me echaba alguna mirada… ¡Seguro que se calentaba el muy puerco! Lo que no entiendo es cómo con tanta chatarra: llaves, agujas, cadenas… no acabasen cortándose el uno al otro. Rafa, medio desnudo, parecía una ballena encallada en la playa por falta de agua. Rossy, un pececito que, perdido, se agarra a los pezones en el pecho de la ballena… porque me gustaría saber quién tiene más tetas de los dos.
En cambio, el cuerpo de Carlos es como el de una gacela… alto y delgado y cuando me mira con sus ojos claros como una noche de luna llena, ilumina mi vida. Cuando encajamos, solo son pequeños movimientos oscilatorios (también me gustan la Física y la Química) que demuestran que estamos hechos el uno para el otro.
Mis padres en seis días se largan con viento fresco, como si lo quieren helado, así que haré lo que me dé la gana. De momento, les digo que paso el día en la biblioteca estudiando. Y es cierto. Pero estudio a Carlos: escucho sus CD, le canto, cantamos juntos…
Lo estudio a él y preparo las preguntas de la entrevista. Me he leído en la hemeroteca todo lo que ha salido publicado de Carlos. Voy empollada como para un examen final con nota. Pero ahora tengo otra idea en la cabeza… No sé si hacerle una entrevista es suficiente. Esta noche en el concierto decidiré qué hago. Si me lanzo más y me voy a vivir con él. Yo me entiendo.
Hoy es lunes y tengo que decirles a mis padres que necesitaba que me diera el aire, que no todo podía ser estudiar y que iba al cine por la noche con un grupo de amigos y amigas y que llegaría tarde porque la película duraba tres horas. Mis padres lo han visto bien. Me han preguntado el título de la película y yo he improvisado (soy buena mintiendo, je, je) que era un título en alemán que no sabía cómo se pronunciaba. He dicho “Sturm and Drung” y que íbamos un grupo de alumnos por recomendación del profesor Oteo (el de Lengua y Literatura), que se lo preguntasen a él (la escuela está cerrada y no facilita los teléfonos del profesorado porque “también ellos tienen su vida privada, aunque algunos padres se empeñan en demostrar lo contrario”).
¡Ha colado! Marcho en tren hacia Mataró. No quiero saber nada de la pareja de góticos pringosos. Volveré a Barcelona con alguien y después en autobús nocturno. Me tengo que ligar a algún idiota que, más adelante, me haga de chofer: me pondré mona, sexy, para que algún memo piense que soy de las chicas fáciles, liarlo en una telaraña de seducción del “ahora sí, ahora no, ahora entro, ahora salgo, ahora me hago la interesada, ahora la desinteresada” y caiga a mis pies como un imbécil cualquiera. Muchos chicos piensan con el culo y es ahí donde tienen el cerebro. Desgraciado quien habló de nosotras como el sexo débil. ¡Ja! ¡Ya le enseñaba yo si somos débiles las mujeres! El inventor de las frases absurdas me haría de chofer con una sola caída de ojos. ¡Estoy segura!
Te dejo, diario. Al volver te cuento… Si me falta dinero algún día, te acabaré vendiendo como una maravillosa historia de amor que empieza en este preciso momento.
Más tarde (tres de la madrugada, martes 28 de julio)
No puedo contártelo todo, diario. No lo necesito.
Hay cosas que no pueden explicarse porque no existen ni vocablos ni palabras… No sé cómo puedo describir lo que he visto y he oído esta noche. A veces es mejor el silencio.
Dos notas a pie de página (como dice el profe de Lite): he conocido a Tomás, un idiota que no ha dejado de magrearme las piernas y yo me he dejado hacer. He conseguido que me traiga de vuelta a casa. Él es de Sant Andreu de la Barca, un pueblo cercano. Me he dejado dar un beso. Fuma y no sabía que los besos de fumador fuesen tan repugnantes. Robert no fumaba y besaba mejor. ¿Qué será de aquel desgraciado? Tomás me ha clavado la lengua: parecía un trapo sucio, una toalla gastada. Le he dejado que me tocase un pecho. Uno solo. Le he dicho que tenía veintiún años y estudiaba periodismo, que ahorraba para comprarme un coche. Él me ha dicho “Princesa, yo contigo al fin del mundo”. No tengo móvil y eso me ha librado de tener que darle el número. En las postrimerías del siglo XX este invento del demonio se está poniendo de moda y en el Instituto Joan Oró ya ha habido algún teléfono que ha sonado a media clase y que ha sido confiscado (calculo que solo veinte por ciento tiene móvil). Pero creo que en diez o quince años llegará al noventa y cinco por ciento.
Por tanto, ya tengo transportista. “Tomás Lozano y otros idiotas”. Y sí, cambio de casa. Carlos vivía en la calle Ginebra, 9, en la Barceloneta con sus padres: la Pepita y el Dionís, quien ha sido barbero toda la vida y ella, ama de casa. Quizás, de tanto cantar El Barbero de Sevilla le entró a su hijo el gusto de la música. Quién sabe. Pero, investigando, investigando, he sabido que Carlos ahora vive en Vallvidrera, muy cerca de Barcelona. Me voy a vivir con él. Esta era la idea que me rondaba por la cabeza. No tenía suficiente con la entrevista. Bueno… vivir con él todavía no. Cerca de él. Es la única manera de conocerlo, de toparme con él, de que se enamore de mí… Igual Carlos sacará de este diario la letra de una canción. Creo que yo sería buena escribiendo letras de canciones.
29 de julio
El jodido problema es que mis padres se van el domingo 2 y Carlos actúa el sábado por la noche, en Gata de Gorgos, a ciento tres kilómetros de Valencia, a trece de Denia y a ochenta y tres de Alicante. ¿No podríais escoger un lugar más lejano? “Recojones”, que diría la gótica. Seguro que el Lozano me llevaría en coche (está loco por mis huesos, me dijo), pero mis padres querrán que esté para despedirme de ellos. No se irían tranquilos si no me hicieran mil y una recomendaciones de aquellas que hacen reír, a saber: 1. No abras la puerta a desconocidos 2. Si quieres ir al cine o a algún sitio, vete siempre con amigas 3. No llegues más tarde de las diez de la noche a casa 4. A nuestra casa no se invita a nadie mientras estemos fuera, punto y coma, estamos dispuestos a conocer a tus compañeras de escuela, pero siempre que estemos en casa y eso incluye “no meriendas, no cenas, no fiestas en casa” 5. Tienes la nevera y la despensa llenas para dos meses, pero no dejes que se te estropee la comida “que está muy cara” y controla la fecha de caducidad y “cuando vayas a ver a la abuela a Viladecans, llámala primero” y, punto y coma, “vete en tren”, “no pases por el bosque”, “ten cuidado con el lobo y no te olvides de ponerte la caperuza roja”. ¡Venga, va! ¡Punto y final! Me tratan como a una niña.
El tema de la abuela fue otra discusión porque querían que fuese a vivir con ella mientras estuviesen fuera… Una mujer que tiene noventa y cinco años y se lo hace todo encima y la casa debe ser una peste de meados, y eso que tiene una asistenta que igual la lava a ella que lava el suelo o los cristales. La abuela nunca ha querido (¡por suerte!) venirse a casa, tampoco ir a una residencia donde estaría cuidada. Debo haber salido a ella, no ensucia sino en la suya. Bien, pues, no puedo ir al concierto de Gata de Gorgos y eso me deja sin dormir. Y todo por despedirme de alguien que tres semanas después volveré a ver. Padres… ¡son como niños! Querrán que saque el pañuelo por la ventana mientras ellos dejan caer una lagrimita y mi padre canta su habanera preferida, “La bella Lola”, especialmente cuando dice…
Ay qué placer sentía yo
cuando en la playa sacó el pañuelo y me saludó.
Pero después llegó hasta mí,
me dio un abrazo y en aquel acto creí morir…
Sí, morir, pero no de pena, no… ¡sino de risa! Así pues, no puedo inventarme nada para ir a Gata de Gorgos un fin de semana de julio. Tampoco podría inventarme nada para frenar a la fiera del Lozano. De todas maneras, no le he dado el teléfono de casa, y como no tengo móvil… Le he dicho que se relaje, que el amor que empieza de prisa acaba de prisa y que ya le llamaré. Que “meterse en la cama la primera o la segunda noche es un pasaporte al adiós”, una sentencia que no es de mi padre, sino mía, como resultado de investigar a mis compañeras del instituto, una de las cuales se quedó embarazada de un amor desconocido. Por tanto, si no hay Gata de Gorgos, tengo que ser valiente y organizarme. Antes del 8 de agosto (actúan en Mallorca) tengo que haberme trasladado a Vallvidrera, al mismo bloque de pisos de Carlos o delante de su domicilio para observarlo. Todo novelista que escribe de un personaje lo ha de conocer. Todo detective que investiga un caso de infidelidad porque su mujer denuncia al marido, ha de espiar al personaje. Por esta regla de tres, ¿cómo puede Carlos enamorarse de alguien si este alguien no lo conoce de nada? Pues yo, como un comerciante que tiene que vender su producto, “hacer el artículo” como he oído decir, he de conocer el producto “Fabala” para adaptarme a él como la colcha al tálamo nupcial, como el babero al cuello del bebé, como la cartera de imbecilidades al Ministerio de Imbecilidades y Altas Vanidades. He de ser de su misma talla, su encaje perfecto. Solo así podrá quererme y enloquecer por mí.
La estrategia ha de ser contemplada y observada al detalle, con pie de rey, aquel instrumento que mide al milímetro la anchura de su objeto.
Tengo que buscar un pisito y alquilarlo cerca de Carlos. Sé dónde deja el dinero mi padre: está hecho a la antigua. Guardaba un buen fajo de billetes bajo la baldosa cuando yo era pequeña y lo descubrí un día jugando. Enganché algunos billetes en mi álbum de cromos (que había sido de papá, “Adivinanzas Bimbo”). Una vez descubierta la fechoría cambiaron el escondite. Ahora mi padre los esconde bajo las toallas, en una estantería baja de su dormitorio en la que también guarda las revistas Interviú. (Debe pensarse que soy inocente. Y seguro que se hace pajas o debe pensar en aquellas tías de la revista cuando está con mamá, porque, sino no creo que se le levante…)
Con este dinero pagaré el alquiler de tres semanas o cuatro. Cuando vuelvan, con decir que voy a la biblioteca o me quedo a dormir con amigas será suficiente. Así puedo vivir los meses de agosto y parte de septiembre. Después, ya les devolveré el dinero, se lo pediré a Carlos o al imbécil de Lozano, que es cocinero en una hamburguesería. Sesenta mil pesetas por dejarme magrear es un buen precio.
Ahora, lo que necesito es que mis padres se larguen y me dejen el terreno libre.
He de buscar piso, hacer las maletas para ir de vacaciones de agosto ¡y ser libre!
¡Me deseo suerte! Suerte, Rosa María, la más pura y bonita de las flores de mayo:
“Venid y vamos todos con flores a María que Madre nuestra es”.
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