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CUENTO DE VERANO: EL ABUELO CALAVERA Y YO (17)

By Jordi Folck
29/08/2021

22.    Haciendo el mono

 

Poco rato les duró la tranquilidad cuando se dieron cuenta de que, a lo lejos, un grupo de policías iba raudo en su dirección. Se les podía reconocer porque llevaban un fémur atado a la cintura que hacía las veces de porra, para castigar a aquellos que no respetaban el orden y la autoridad, cosa que creían que encarnaban como nadie. Llevaban antorchas que iluminaban allá donde pasasen. Era inútil esconderse en la oscuridad. Pero la policía no llegaba sola: la seguía una multitud que llenaba el pasadizo a lo ancho y a lo largo. ¿Qué mosca les había picado a esos?

–¡Estamos perdidos! –gritó el viejo–. Detengámonos. Escondamos a Pedro. Yo me entregaré a la justicia, ¡soy el único culpable!

–En lo primero, estamos de acuerdo. ¡Discrepo de lo segundo! –exclamó Ken–. Bartomeu, esconde al niño en alguna de las tumbas y hazle compañía. Vete, ¡ya!

Todo sucedió muy deprisa. Sin que el viejo entendiese el por qué, mientras observaba cabezota como Bartomeu se llevaba al niño, recibió tal calbote del deportista que su cabeza salió rodando por el suelo arrugándole, de paso, aquel bigote tan bien planchado. Y no contento con quitarle la cabeza al viejo, y faltarle el respeto que hay que tenerles a los mayores, empujó al enano y, una vez en el suelo, le arrancó los huesos de las piernas.

–¿Trabajas para ellos? ¿Te has vendido a la policía? –lo acribilló a gritos Kim– Merecerías estar muerto del todo, sinvergüenza, ¡pedazo de inútil! Que Dios te castigue y que el demonio se te lleve, y…

–Ay, calla y colabora –le interrumpió Ken–. Buscan un deportista de élite, de prestigio mundial, o sea yo; un enano, o sea tú; y un viejo, o sea él. Se me ha ocurrido un plan.

Entonces fue cuando se sacó los fémures de su sitio. Se puso los del enano y los suyos los encajó en el cuerpo de Kim. Intercambiaron también los brazos. Después de aquella operación, el indio era mucho más alto, a pesar de su rechoncho cuerpo, y con los brazos se podía tocar las uñas de los pies. Ken tenía un cuerpo largo y esbelto, pero sus bracitos parecían de mentirijilla y, las piernas, poca cosa más. Cogieron el cuerpo del viejo y le separaron los huesos, que tiraron al suelo. Quedaron esparcidos como si siempre hubieran estado allí, desperdicios de alguien que había pasado a mejor vida y que lo habían tirado de cualquier manera.

–Y ahora, ¡juega a baloncesto conmigo, animal! –le increpó el viejo.

Y, dicho eso, Ken cogió la cabeza del viejo y se la pasó a Kim y éste, sin entender nada, se la devolvió en el momento en el que llegaban los gorilas. Detrás de ellos, les seguía aquella masa cadavérica.

–Buscamos a tres hombres y un niño. ¿Los habéis visto pasar?

–Nosotros, señor policía, estamos jugando a la pelota. No sabemos nada ni hemos visto nada.

Y le volvió a pasar «la pelota».

–Niño –gritó uno de los hombres grandotes con el fémur en la cintura–, ¡pásamela! De pequeño jugaba en el colegio. Era el más alto de todos y hacía canasta tras canasta. Por cierto, tenéis unos cuerpos muy raros vosotros, ¿verdad?

–Estamos en edad de crecimiento, ahora pegas un estirón de aquí, de allá… –respondió Kim.

–Y por alguna cosa dicen que el hombre viene del mono –concluyó Ken.

Y Kim no tuvo otro remedio que pasarle la cabeza del viejo, que no veía por ningún ojo y menos desde que el gorila le había agarrado el cráneo metiéndole las manos por los agujeros de los ojos como si fuera a jugar a bolos.

Así, el policía le pasó la «pelota» a Ken, que se la tiró a Kim, y éste de nuevo a Ken, al que se le cayó al suelo. Estaba tan nervioso que le temblaban todos los huesos. El deportista la cogió de nuevo y le pasó la «pelota» al policía. Y así se la fueron pasando hasta que el policía dio un grito.

–¡Por todos los demonios, esta pelota me ha mordido!

El policía se quedó mirando la cabeza, abriéndole después la cabeza que parecía que iba a perder la mandíbula inferior.

–Chicos, ¿dónde habéis encontrado esta pelota?

–Hemos perdido la nuestra jugando y hemos bajado al noveno subterráneo donde hemos encontrado ésta. No es tan bonita, y además es peluda, pero ya nos va bien, ¡y gratis!

–¡Compañeros! –gritó aquel que parecía el mandamás–. Ya tenemos al viejo. Está hecho añicos, fuera de peligro; así que el niño no andará lejos. Seguidme.

–¿Nos devuelve la pelota, señor?

–De ninguna manera. Es una prueba. Queda confiscada por la autoridad. Tarántula la querrá guardar para su colección. Tenga, sargento –le dijo a otro policía–, llévesela a la vieja. Y vosotros, compañeros, los ojos bien abiertos. Seguidme. Pronto caerá la criatura: no puede andar lejos.

–¿Qué es toda esta gente que les acompaña? –le preguntó Ken.

–Buscan al monstruo, un niño de piel blanca que se nos ha colado.

–Ah, pues, suerte. Seguro que lo encuentran ahí abajo.

–¿Es seguro este lugar?

–Segurísimo… nosotros jugamos a menudo porque allí no nos molesta nadie –sonrió el indio.

¿Nadie? –susurró Ken, sorprendido–. ¡Si yo no lo he visto!

Tuvieron que esperar a que toda aquella marabunta, medio esquelética, medio animal, los adelantara. Había corrido la voz de que un niño humano estaba allí, y miles de cotillas habían salido a la calle para verle.

Cuando ya estaban seguros de que habían marchado, Kim abrió la boca.

–¡Suerte, muchísima suerte! Qué suerte la nuestra. ¡Una gran idea, te felicito! Ahora nos hemos quedado sin la cabeza.

–¿Y a mí qué me cuentas? Si el viejo no le hubiera pegado el bocado, todavía lo tendríamos nosotros. Anda, calla y échame una mano. Lo rescataremos. Pásame mis piernas.

–¿Y si no quiero? Se está súper bien aquí arriba, y mmmm… me encanta rascarme la planta de los pies, de pie. ¡Qué gustazo! De primeras pensaba que me iba a marear; pero después ha sido todo un uauh, un ohhhh, un mmmm… Eso todavía no lo había hecho nunca.

–Pues búscate unas piernas como las mías; pero ahora, no. ¡Espabila!

Volvieron a intercambiarse las extremidades. Después, reunieron los huesos del viejo hasta recomponerlo. Cuando lo sentaron en el suelo, ya volvía a moverse.

–Ve a buscar al niño y a Bartomeu. Tenemos que recuperar su cabeza, ¡deprisa!

 

 

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