De un tiempo a esta parte y desde frentes muy diversos, me doy cuenta de que el mundo se está, no solo banalizando, sino infantilizando. No sé si el hiperpatriarcado o esa relación de protección materno-paternal hacia los vástagos ha explotado y ahora el gran padre, (el gran hermano) cuida de nosotros o son otros los factores que convierten todo en blanco y negro (olvidando que hay más de 600 grises). Es como si el maniqueismo se hubiera aposentado definitivamente entre nosotros o si la estupidez de Trump que se mueve solo entre el SÍ y el NO lograra acólitos en medio mundo. Trump o Xi Jinping, el presidente de la Republica de China que obliga a millones de seres a tener un pensamiento único ( y otros muchos… de Putin a Maduro).
Voy a dar muestras de lo que cuento para que lo discutan.
Todo empezó cuando HBO retiró de su plataforma Lo que el viento se llevó por “ofrecer una visión idealizada de la esclavitud y perpetuar estereotipos racistas”. A la que siguió Disney que retiró de su catálogo infantil “por racistas” Canción del sur, Dumbo, (‘esos cuervos tan hilarantes!) Los Aristogatos o Peter Pan que deberán ser vistas ahora bajo control parental. Olvidan que fueron escritos o filmadas en un momento histórico determinado que, al escamotearse a las nuevas generaciones las despojan de un elemento de juicio. Lo mismo ocurrió con La cabaña del Tío Tom que navega entre la crítica hacia el esclavismo y su tierna aceptación como mal menor. Se tiende todo, insisto a etiquetar en un SI o en un NO olvidando los términos medios.
Esa banalización, esa reducción de posibilidades, toca de lleno al mundo del cine, en peliculas dirigidas a público infantil e incluso juvenil, (aceptamos, familiar) donde ya no hay malos muy malos. No sea que los malos acaben provocando pesadillas en los espectadores, o momentos de angustia o desequilibros de personalidad. Todo debe ser muy blanco y muy limpio y muy equilibrado y un final muy feliz para que la experiencia valga la pena. Y “encima pagamos en taquilla como para que nos traten mal ” parece decir nuestra sufrida espectadora que es madre y tiene 40 años y tres hijos y acaba de comprar el pack gigante para cubrir de palomitas el suelo del cine.
Cruella De Vil
Eso ocurre en la última de Disney, Raya donde los malos muy malos acaban abrazándose ( y estoy a favor del perdón) en un “quítame de ahí esas pajas” en Luca donde el chico malo ya no es malote, sino travieso, y frente a la ausencia de un conflicto principal o de un antagonista. Vean ese error que es “Un barrio de Nueva York”, un musical desangelado donde no hay ningún problema grave y ningún malo. Encima la película da una imagen penosa de la comunidad latina que asumen bajo un lacónico “paciencia y fe” un estilo de vida de perdedores y de gente que está de fiesta en fiesta que no corresponde para nada con la realidad. No hay malos en el cine familiar que sí encuentran abrigo en las series televisivas o en cine para adultos. Ese maniqueismo, esa falta de intensidad, la inexistencia de malos significa también laa sunción de “todo está bien o un “es bonito” y ya. Y eso conduce a la falta de creatividad que es la existencia de alternativas múltiples. El caso más aberrante de azúcarización ocurre en Cruella (de Craig Gillespie) uno de los grandes malvados Disney a la altura de la madrastra asasina de Blancanieves, la Úrsula de La Sirenita o el inquisidor de Claudio Frollo (personaje terrible de Victor Hugo) de Nuestra Señora de París.
Un mundo feliz
Pero la Cruella que ahora vemos es una Cruella ingeniosa, divertida, incapaz de hacer maldades, a la que presta vida la dulce Emma Stone que jamás se habría prestado a encarnar a una mala, mala, mala que sí era la Cruella animada o la de Glenn Close. Cruella es una mujer obsesionada en arrancarle la piel a los dálmatas para construir su imperio de moda en el relato de Dodie Smith. En el film mencionado solo una competidora de la gran Emma Thompson en mostrar quién es la mejor creadora. Muy lejos de la maldad que asume con mayor aplomo Emma Thompson. Queríamos una mala muy mala y los malos, muy malos guionistas nos la han pegado. La película se deja ver, a ratos, en ese duelo de titanes que ha encantado a la taquilla y de la que ya se está rodando una secuela. Socorro. Pero Cruella no es la mala que esperábamos, la que debía ser, solo … traviesa. No molestar. Esperaba una nuevo Jocker, y nos encontramos a una hada madrina algo pasada de vueltas.
El problema es que ni nos damos cuenta del “soma” ese fármaco calmante y antidepresivo que inventó el gran Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz y que ahora parece que, ya en estado gaseoso, se pasea por nuestro mundo, para que olvidemos las penas, nos riamos de grandes tonterías (como Cruella) y dejemos de enfrentarnos al mundo que ya ha dejado de ser asunto nuestro. La infantilización es un atentado contra la inteligencia, contra la creatividad, contra las preguntas que siempre debemos hacernos y una forma de olvidar nuestras responsabilidades en un mudo que cada día funciona peor. Y de ahí a pensar que nos quieren estúpidos solo hay un paso. Piénsenlo. ¡Que triste!
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