Tercera entrega de mis memorias amorosas, sms y cartas que fueron mandadas. No deja de ser una forma de desnudarse, de abrirse, de contar secretos. Agradezco el talento recibido para escribir sentimientos, quizás el único placer cuando la mayoria de esos textos, como ya conté, nunca fueron respondidos. Tal vez porque el destinatario no necesitaba o no sabía responder de la misma manera.
Son versos y textos para cortar y pegar y mandar a quien los necesite aunque dudo que hoy el romanticismo se exprese con letras. El amor hoy ya no es un camino y por sus prisas, parecería más una ejecución del aquí y ahora, sin después.
Dejemos, entonces que las palabras abran caminos
Eres aire
Envuelto en piel
Palomas mensajeras
Encerradas en manos gráciles
Agua fresca
De cántaros que ojean
Palmera agitada
En tu talle
Aún el paraíso
Permanece oculto
Como palabras que aún deben nacer
Llegué sólo hasta alli
Cuando ya ardía
Callo.
Y morir
de amor
empapados
hasta los huesos
de jadeos musicales
Tu deseo,
mi esperanza
Lo que sé de A.
Resulta extraño que después de pasar más de doce horas conversando uno encuentre aún motivos para escribir. Y los hay. El primero porque necesito notificar que lo que voy a contar sí fueron hechos reales. De hecho, aún a costa de resultar repetitivo me pregunto una vez más si A. existe… de lo que no estoy tan seguro.
Hoy mismo al salir de clase me di cuenta de que se me empezaba a desdibujar su rostro… tuve que focalizar en la fotografía que le hice en la motocicleta la otra noche para recuperar su recuerdo.
A. llegó de madrugada un cuatro diciembre entre las cuatro y las cinco de la mañana cuando ambos andábamos buscando, en la oscuridad, un abrazo. En literatura diríamos que de ese abrazo ya nunca más nos separamos. Pero por desgracia la vida resulta menos hermosa que la literatura de los sueños.
Llegó a mi vida como un vendaval que arrasa con todo sin apenas salvar los cimientos y desdibujando definitivamente el territorio de lo que fue y ya nunca más será. De ninguna manera voy a precisar los detalles de su belleza no fuera que el lector celoso quisiera dar con A. y arrebatármelo. Pero sí quiero dejar constancia de que el niño perdido se convirtió en una hermosa mariposa sin miedo a volar, por encima de las nubes: rostro delicado, ojos trasnoceánicos que deben guardar un caudal de agua semejante al del mundo, labios cálidos, cabello oscuro rebelado de quien no se da si no es por una buena causa…
Lo encontré perdido, insatisfecho quizás buscando un asidero donde agarrarse en la marea voluptuosa de la vida, marea de la que yo me liberé a fuerza de años y errores. Le conocí errando, sabiendo de dónde venía, de un eterno trasiego en un mundo cambiante y sin saber a dónde ir. Y, sin embargo, ¿porqué me pareció a mi de forma tan clarividente su camino de reyes?
Creo que, hoy, A. sigue algo alborotado entre sus caminos de niño, quizás con miedo a crecer, como quien hace y deshace cosas y caminos solo para no detenerse, enfrentarse a sí mismo y tomar por fin ese camino definitivo, a la derecha o a la izquierda que tienen que llevarle a uno a donde le esperan desde largo tiempo.
Me complace ser guía del muchacho, ser padre, abuelo, emperador, tal vez, caminante, sabiendo que tras un largo recorrido esos labios cálidos puedan acercarse hasta mí y darme un “gracias” musical como nunca escuché entre los redobles, ojalá, de dos corazones al unísono.
Lo que sé de M.
Solo estoy pendiente del teléfono y cuando no del timbre de la puerta y cuando no del latir de mi corazón que, de alguna manera, sabe que te acercas. Entonces te siento, te olfateo… un aire fresco, un arrebato que se me atraganta. Sí, se me atraganta sabiendo que solo con tus besos soy capaz de tomar, de nuevo, aire.
Llegas. El día o la noche se funden y ya no sé dónde estoy ni cuando soy. Y me lanzo a ti para beber de tus labios. Me quedo allí hasta que me falta el aliento. Tomo aire y vuelvo de nuevo. Sonrío, un río profundo que nos abraza y nos lleva por tierras extrañas. Te beso de pie, en la puerta de casa, te beso en el sofá, te beso en la cocina, te beso en la habitación, te beso en todas partes en todas las posiciones posibles para que el río se desboque, abandone su guarida y se lo lleve todo cuando en la Tierra ya solo existimos tú, yo y un río…
Y así cada vez que te veo… y nunca tengo suficiente, y nunca tienes suficiente. Damos vueltas abrazados, besándonos hasta caer, no importa dónde y entonces todos son prisas para quitarnos la ropa y para entrar en ti.
Esa noche habías bebido un poco más de la cuenta. Estabas alegre. Reías como lluvia fina que pronto me empapó. Me abrazaste como si quisieras entrar dentro de mí todo tú. Tus manos me recorrían el cuerpo y yo las empujaba fuera. Era la primera vez. Era lo que ya había contado tantas veces, que todo lo que empieza pronto termina pronto y más en el ejercicio del amor. Nunca nos habíamos besado y yo no quería que lo hicieras hasta conocer tu corazón. No es que me hiciera el difícil es que pensaba que debía ser así. Me construyeron de esa forma. ¿Qué quieres?
(Seguirá)
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