23 de junio
Con las clases acabadas, ya no puedo dejar de pensar en ti, Carlos. ¿Por dónde andarás? ¡Esta noche es noche de San Juan, noche de verbena!
En casa, oímos a menudo una canción que dicen mis padres que les recuerda viejos tiempos:
La noche de San Juan es noche de alegría
Estrellado de flores, el verano nos llega
de manos de un duende que le hace de guía.
Primavera muere, el invierno se retira.
Si llegase el amor, nunca más moriría.
Y me pregunto si no estarás en este preciso momento dando un concierto en algún lugar. Necesito que atravieses la pantalla del televisor y te materialices ante mí como en “La Rosa Púrpura del Cairo” en el que abandonabas la pantalla de cine.
¿Sabes? Cuando era muy pequeña (a los tres o cuatro años), pensaba que los dibujos animados eran unos muñequitos encerrados en el televisor y que si hacía un agujero sobre el aparato podría llevármelos. Ahora empiezan a verse las pantallas planas, pero durante más de cuarenta años los televisores son y seguirán siendo enormes cajas barrigudas que esconden su vientre cara a la pared; quizás se avergüenzan de ser tan burros, cabezudos con los ojos pintados, sinvergüenzas de mirada de cristal que te roban el tiempo mientras te sonríen.
¡Uy, me embalo! Me gustan las metáforas y las analogías. Soy buena en Literatura y saco buenas notas. A la profesora de Filosofía, la señora Domènech, le gustaría saber que estoy escribiendo un diario.
Pues sí, Carlos, tendrías que salir del televisor y hacerme compañía. Yo me dejaría llevar. O tendría que ir a buscarte allí donde estés y decirte “lo que necesites” o aquello que todavía dicen en los pueblos (a mí me saca de quicio): “a su servicio”. ¡Cuánto servilismo!
He tomado de un libro las siguientes palabras:
¿El poeta para escribir sus versos necesita estar plenamente enamorado? ¿El cantante que compone canciones de amor necesita haber entregado su corazón para afinar las notas? ¿Y acaso los pintores que retratan las cortes angelicales y al mismo Dios tienen que haber vivido en el jardín del paraíso para sentirse inspirados por la gracia divina? ¿Quizás Michelangelo tenía a Moisés delante de él para modelar su figura, cuya perfección le llevó a coger un martillo y golpearlo pidiéndole que hablase?
Releo el diario…
Ante un trozo de papel soy libre, hago y digo lo que quiero y escribiendo me doy cuenta del porqué de las cosas.
Reviso tu biografía, lo que he apuntado en la biblioteca.
Naciste, Carlos, un 21 de septiembre. Por tanto, en tres meses cumplirás los treinta y cinco… ¡La edad perfecta! El espacio de tiempo en el que no se es un niño ni un hombre serio con responsabilidades. Estar en la treintena significa tener un cuerpo joven y fuerte, saber lo que se quiere, conducir por una carretera más o menos recta, observar el paisaje un día soleado, tener un estómago que lo engulle todo, un cerebro que despierta cada día habiendo reposado de una noche loca sin una pizca de culpabilidad y con una sonrisa en la boca.
Ir hacia la veintena, en cambio… llevas el miedo en el cuerpo sobre qué estudiarás, de si encontrarás trabajo, de cuánto dinero ganarás, si tendrás casa propia y niños para ensuciarla, si tu marido te será fiel o acabareis separándoos, si triunfarás y en qué o si serás una fracasada. En la treintena ya dejas de pensar: tienes marido, hipoteca y criaturas, canguro y amigos propios y sigues el camino que te han marcado los otros. ¡La hostia! No todos somos como mi amigo Sigmund Floïd. Su biógrafo escribe:
Desde los días de su primera juventud parecía convencido de que lograría algo importante en la vida. De hecho, no era saber si lo conseguiría, sino más bien, en cuál de las posibles esferas se realizaría tal logro. Le ayudaba una ambición explícita y la confianza en sí mismo.
Y yo confío, Carlos, llevada por una sana ambición y una confianza sin límites, que he de conocerte y quererte y, tal vez, ser querida. Soy tozuda, disciplinada y consigo todo lo que quiero. Sí, tengo diecisiete años y tú los doblas. ¿Y qué? Los matemáticos tendrían que estar contentos. Eso es un buen indicador. Pero, de la misma manera que David venció a Goliat, yo, una chica de pueblo, he de vencer mis miedos para llevarte al paraíso.
¿Vendrás conmigo?
Postdata: He decidido quedarme en casa esta noche de San Juan. En las verbenas acabamos siempre recurriendo a los mismos lugares y no quiero encontrarme al imbécil de mi ex tirándole florecitas a la pavisosa. Me quedaré en casa y pensaré en ti.
24 de junio
Me doy cuenta, Carlos, que todavía no me he presentado. Si me lo permites, lo haré para que este diario (es como una primera y tímida carta de amor que nunca llegará a su destino) sepa quién es su dueña.
Me llamo Rosa María Vidal Ferrerons. Tengo diecisiete años. Mi padre es de Tortosa y mi madre, de Vilanova i la Geltrú. Nací en Martorell, donde mi padre es director de una oficina bancaria y mi madre, farmacéutica. En casa nunca faltó el dinero. Con los oficios de mis padres es como tener dos cajas fuertes siempre llenas. Eso no quiere decir que la hija sea una consentida, una mimada que vive en un reino de fantasía… Diría que cuando nací llevaba escrito el libro de instrucciones: chica decidida, segura, fuerte; pero al mismo tiempo también sensible, delicada de sentimientos. Digamos que el papel de regalo es de los caros, pero que el interior se debe tratar con cuidado, no sea que se rompa, cosa que, de momento, no ha pasado nunca.
Tengo los ojos oscuros, casi negros, como el cabello que o, bien dejo que vuele al viento, o lo llevo recogido. La frente, alta, aunque el cuello es corto y lo disimulo con vestidos de tirantes muy abiertos en verano y, en invierno, con cuello Mao. El pecho pequeño, de bailarina, pero bien proporcionado. ¿La cintura? ¡Medidas perfectas! Y sí, el culito de anuncio, pero ese lo dejaré que lo mire mi marido… Mi piel es blanca, mis labios son finos. No soy alta: un metro y setenta y dos centímetros y un metro y setenta y siete con zapatos de tacón que llevo a menudo (excepto en la escuela). Me gusta vestir bien, de marca, pero sin pasarse. La marca que quiero vender (lo aprendí en un taller de márquetin) es “Rosa María Vidal” y ninguna otra. Tengo los dedos largos, se podría decir que son como los de una pianista. De signo del zodiaco soy virgo y, por tanto, detallista, ordenada, autoexigente. Nací un 5 de septiembre como el mismo Rey Sol, Luis XIV de Francia, de la Casa de los Borbones y, como todos ellos, chalado, aunque gobernase setenta y dos años. Luis XIV también fue conde de Barcelona y copríncipe de Andorra. Sí, me gusta la historia. También podría hablar de la Raquel Welch, una mujerona que también nació un día 5, pero si la gente ya no sabe nada del rey francés, menos sabrá de una vieja sex-symbol de delantera prominente.
Sí, también me gusta escribir. Soy muy buena en Lengua y Literatura. Estudio en el Instituto Joan Oró de Martorell, en la calle de las escuelas, al otro lado del puente. Mientras mis compañeros se envían correos electrónicos y SMS a los móviles, llenos de faltas de ortografía, yo intento escribirlos correctamente. Mi madre dice que cada año mueren centenares de personas en Estados Unidos por la mala letra de los médicos cuando escriben las recetas: ¡Los farmacéuticos no las entienden! Mamá tiene muy mala leche y alguna vez la he oído al teléfono gritando a algún medicastro porque no conseguía descifrar su letra. Ni es bueno matar personas ni es bueno matar la lengua.
Juego de palabras fácil que todo el mundo podría hacer: escribir mal es la mejor manera de convertir una lengua viva en una lengua muerta. Y por la gracia de Dios, soy nacionalista y católica … Ahora, en España, gobierna el Partido Popular con un señor de bigotito ridículo que me recuerda al Führer. Lo escribo por si un día mi descendencia lee este diario: ese país está lleno de idiotas…
Fin de la descripción física y mental. Sí, soy inteligente y, aunque cueste creerlo, poco engreída.
25 de junio
El principio de mi estrategia: quiero conocer a Carlos Fabala. Me muero por uno de sus rizos. Lo llevaré en la cartera, lo oleré de día y de noche, lo pasearé por mi cuerpo con un cosquilleo continuado de norte a sur. Seré la primera chica que se castigue haciéndose cosquillas en la planta de los pies con el cabello de su amado.
No es tan extraño desear un mechón de cabellos. Cosas peores he visto. En clase de francés nos han hablado de un libro que después he leído: Jean de Florette, de Marcel Pagnol, del que han rodado una película dividida en dos partes: El Manantial de las Colinas y La venganza de Manon. Ugolin, un joven con un cierto retraso mental, acaba cosiendo un mechón de cabellos de Manon en su pecho: cómo sufrirá el hombre por amor y por la herida… Por tanto, si me cosquilleo con los cabellos del Carlos por los rincones más íntimos, resultará la cosa más inocente del mundo.
¿Sabes, diario? El día de San Pedro, el 29 de junio, patrón de quién sabe cuántas fiestas mayores y patronales, tengo examen de selectividad para entrar en la universidad y, por ahora, lo llevo bastante mal. ¡Ya ves! Me entretengo con la música de Dharma, me divierto con este diario y el resto del día y de la noche viajo hasta las nubes, perdidamente ilusionada. Pero ¿qué puedo hacer si creo que me he enamorado? Soy fuerte y decidida y creo que me toca dejar de pensar en Carlos y abrir los libros. ¡Más vale tarde que nunca! Si mis padres descubriesen los libros cerrados y yo escribiendo mi diario de tapas rosas y hojas blancas, habría jaleo en casa. Mi madre, expeditiva como es, sería capaz de tirarme una caja entera de Mentis o Privigil, las mierdas que los estudiantes perezosos se meten dos días antes del examen.
Me despido, muy atentamente, de mí misma, de la Rosa María que, desanimada y sangrante tras haber sido abandonada, ha vuelto a florecer por los efectos misteriosos de un trovador moderno de mirada lánguida y enamoradiza que me canta y me enamora.
Seguirá cuando esta pesadilla de la selectividad haya pasado de largo.
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