Libros en la basura, libros desparramados en el suelo, quizás pronto pisoteados: el inhumano que tiraba libros, insensato, no sabía ni quiso saber nunca que Isak Dinesen (Karen Blixen) tenía una granja un África y que con este libro y sus cuentos de invierno podia curarle las heridas del alma. Que con Harris (El silencio de los corderos) hubiera escuchado los gritos del deshollinador y volver a los brazos de su familia agradeciendo afectos y paz. Que con Mossen Troncho de Josep María Ballarín, fallecido hace solo dos años hubiera reído tras refrescar sus músculos y no solo los faciales, sino los del corazón y los repliegues del cerebro. Quizas ese ejemplar derrotado era solo uno de los 100.000 que vendió Club editor desde 1989 pero era un “Ballarín” al que lanzaron en una pirueta extraña y cayó mal. Que “El Mecanoscrit del segon origen” es nuestro bestseller catalán que han leído varias generaciones de jóvenes. Un futuro apolcalíptico que ya alguien adelanta lanzando libros a la basura. O que el exquisito Julián Marías, que triunfa en Alemania y en media Europa debería estar en las mejores bibliotecas (sí, eso es un anuncio) y no hacer la calle como una vulgar ramera.
Que en “La Tempestad” de Prada, uno de los Premos Planetas más válidos habría conocido la belleza del lenguaje (A Prada se le pueden perdonar sus ideas fascistoides, pero no hay que perdonarle literariamente nada. ( Victor Moreno en “Fuera lugar: lo que hay que leer de críticos y escritores” no estaría para nada de acuerdo)
Y así uno podría seguir descubriendo títulos y volúmenes que mejor estarían en una biblioteca escolar que arrojados a los pies de un contenedor. Ni merecieron estar dentro, como una cagada de perros o un cigarrillo. Sobraban. Se deshicieron de ellos con precipitación como si la policía de Fahrenheit 451 la novela de Ray Bradbury filmada por Truffaut le o les estuviera persiguiendo.
Bastaba con una llamada a algún centro escolar próximo o alguna biblioteca municipal o incluso a Libros Solidarios, una organización sin ánimo de lucro (les digo yo que con ánimo de lucro evidente) los recoge y los pone a la venta en las librerías ambulantes de Plaça Catalunya o Hospital Clínic, de La Sagrera y otros puertos de paso.
A Libros Solidarios les dedicaré un post que ya auguro polémico pero de momento resolvamos esta reflexión: los libros no se tiran, ni se arrojan, ni se queman; se venden, se regalan, se prestan, se ceden, se recomiendan y se baila o incluso se hace el amor con ellos.
Los libros que alguien arrojó en Ronda Guinardó con Sant Pau ( ¿qué diría el vecino insigne Juan Marsé?) estaban nuevos, sin abrir y alguno conserva aún esa fragancia de tinta y papel que nos seduce y nos “pone” a tantos religiosos del papel.
Había tradición en algunas escuelas de secundaria de arrojar a la basura los libros de texto, allá en los 70. Otros decía de quemarlos (jamás vi una pira literario-funeraria) pero yo, que aún conservo los míos (o algunos de ellos, perdidos otros en traslados de residencias) les aseguro que hojear alguno de ellos, subrayados, memorizados representa un hermoso viaje a la infancia y recuperar conocomientos que alli nacieron y murieron, en la devastación de un sistema educativo que, cuarenta años después, sigue sin cambios aparentes. Esos libros escolares siguen siendo nuestro “Rosebud” más profundo, más hermoso y, posiblemente, al paso del tiempo, más triste.
Me apena ver libros caídos. No es la primera vez. En mi biblioteca encuentran un segundo hogar. Quizás habría que crear, en los tiempos que corren , un grupo de resistencia de salvadores de libros. Casas que se heredan, donde se oberva el patrimonio mobiliario pero donde los libros de la estantería son una molestia; libros regalados que no interesan y que se olvidan; espacios cada vez más pequeños donde no caben libros cuando el minimalismo detesta los libros… Quizás alguna asociación como “Escrivim” o l’Associació d’escriptors en llengua catalana deberían tomar armas en el asunto (que hermosa expresión en este caso) y …resolver…
Observo mi recién remodelada biblioteca y observo también los libros huérfanos a los acogí, a los que di pan y comida (intelectual) y pienso en los pobres de corazón y miserables de alma que arrojan libros.
Y entonces ya no me quedan palabras. Las que yo arrojaría contra ellos no merecen figurar aquí.
Llámenme romántico si quieren. Pero mis más de 7000 libros de mis bibliotecas (3) son 7000 cartas de amor a la literatura. Y es que nadie debería vivir sin amor.
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