La nada que nos alcanza
Si me preguntaran cuál es mi libro favorito respondería que, posiblemente, LA HISTORIA INTERMINABLE de Michael Ende
En ella el protagonista deberá enfrentarse a la Nada, una especie de agujero negro de proporciones colosales, un vacío que va devorando el Reino de Fantasía y sus habitantes. Era ya una alegoría de un visionario, Ende, pero día a día descubro que va convirtiéndose en realidad y que nada ni nadie advierte su llegada a nuestro mundo.
No se trata solo de cómo las nuevas tecnologías y especialmente el teléfono móvil fragmentaron nuestra mente dificultando nuestra capacidad de concentración y atención. Tampoco se trata de como la dispersión nos alcanzó y fulminó para vivir permanentemente atrapados en un laberinto de cristales rotos que atravesamos con el scrolling de nuestros dedos sin reparar que el corte es ya profundo y pronto sangriento.
Dejémonos de más dilaciones y determinemos nuestra hipótesis de futuro que es…
Malos tiempos para la Cultura
La cultura estará pronto en horas bajas. A la Cenicienta -la menos querida entre Santidad, y Economía e Igualdad -no le toca más que amarillearse y volverse tal vez cenizas.
Dicho de otra forma, si no lo remediamos entre todos los jóvenes de ahora, los adolescentes que siguen en secundaria no van a ser consumidores de Cultura, palabra que como “Museo” o como “Libro” tal vez debería ser sustituida por un sinónimo para intentar renacer.
Les cuento.
Mis seguidores en redes sociales ya sabrán de la semana tan surrealista que viví estos últimos siete días. Debo narrar primero un breve prólogo para entender el estado de la cuestión.
Entre padres superprotectores…
Hace un par de años creé una compañía teatral especializada en teatro familiar. En el año 2021 convertí mi libro Un Consomé de Contes (Editorial La Galera, 2002) en el musical QUINS PEBROTS que después creció hasta convertirse en TUTTI FRUTTI actualmente de gira por Cataluña. Ya en ese año advertí que algo ocurría en las bibliotecas que visitábamos.
En Calella por ejemplo sólo acudieron cinco personas, todas ellas miembros de una misma familia. En esa obra de tres actores yo intervenía en un papel breve y puedo asegurarles que resulta extraordinariamente difícil acoger y presentar la misma energía que cuando el auditorio está lleno. Otro caso que viví fue el de un municipio cercano a las montañas de Montserrat llamado Collbató a donde acudieron padres de niños muy pequeños que durante la obra se paseaban entre el escenario de cajas de frutas y verduras y casi entre los pies de los bailarines mientras sus padres les observaban alborozados sin que les preocupara que ocurriera un accidente del que las primeras víctimas iban a ser sus hijos. Ahí descubrí lo que se llama los padres helicópteros los superprotectores que aplauden protegen y evitan toda frustración a sus hijos desde la más pequeña infancia. En ese caso estuve casi a punto de interrumpir la representación.
Pero lo gordo estaba por llegar dos años después y viene ocurriendo desde junio de este año.
Para celebrar el centenario del escritor Josep Vallverdú que sigue rabiosamente vivo y ocupado en los actos de la conmemoración escribí una pieza teatral cantada y bailada para los actores de los cuales yo soy uno de los protagonistas. Estos pequeños espectáculos tienen como destinatarios las bibliotecas de nuestro país, Cataluña. Porqué el espectáculo se paga entre 275 y 350 euros: dos actores más un técnico y no siempre cobrando desplazamientos. Hay que amar mucho el teatro para recorrer ciudades y villas trabajando por apenas 125 euros/persona. En todo caso la suma puede ser de agradecer cuando sumamos 40 funciones en municipios distantes.
En la biblioteca de Cornellá acudieron solo tres personas. De no ser por la insistencia de la actriz protagonista yo habría anulado ese pase. Llámenme mal profesional pero no logro descubrir donde está mi energía y mi entusiasmo de interpretar, cantar y bailar varios temas frente a tres desconocidos privados también del fragor del público.
En el pequeño pueblo de San Guim de Freixenet no vino nadie. La regidora de cultura se disculpó y programó en otra fecha el bolo que, ya celebrado, sí tuvo asistencia irregular.
400 kms de ida y vuelta para nada
Pero el pasado sábado recorrimos 400 km hasta Deltebre a donde no vino nadie. Bueno, eso sería inexacto: la regidora de cultura del municipio de Deltebre que adivinó esa ausencia masiva porque en el mismo momento se estaba celebrando una feria turístico-agropecuaria.
Un solo tuit logró levantar doscientas cincuenta mil visualizaciones, más de 1.200 likes y 120 nuevos seguidores. No era una crítica a los habitantes de ese hermoso pueblo que acoge el Delta del Ebro sino la demostración palpable de una tristeza, de un descalabro, cuando a nadie interesó tu arte.
Llegaron los haters a Twitter y recibí mensajes de gente indicando que iban a recordar mi nombre y que no lo iban a olvidar para recibirme, no precisamente, con los brazos abiertos. Habría que escribir otro día otro artículo sobre el odio que nace y se multiplica en las redes sociales, pero ese no es el contenido de este post.
La cuestión se puede resumir en tres titulares.
1. Si las bibliotecarias o bibliotecarios que tantas actividades culturales realizan en sus sedes no se ponen las pilas y aceptan nuevos conocimientos como marketing digital o difusión y gestión de públicos los invisibles serán los nuevos asistentes en las actividades culturales de los municipios. Gestionar públicos es una labor gigantesca cuando hay tanta oferta de plataformas, canales y aplicaciones en los móviles, ferias o partidos de fútbol contra los que nadie puede luchar. En Deltebre fracasó la difusión de la biblioteca y esa vieja sentencia de hazlo bien y hazlo saber. No vino nadie (1 persona) o porque no sabían o porque no les interesaba. Nadie de ese público familiar: ni ancianos, ni padres, ni niños.
2.Ocurre que los papás primerizos se llevan a sus hijos muy pequeños de apenas dos años a las bibliotecas, un público difícil que nunca va a entender una obra de teatro familiar que acoge tantos públicos y que no es teatro para bebés, detalle que no hay forma de que entiendan los progenitores responsables. La otra cuestión es que los adolescentes desaparecieron de las bibliotecas, a menos que sea para consultas de Internet o aunados en club de lectura, siempre escasos o para estudios y deberes en las salas precisamente llamadas así.
Entre siete y ocho años empiezan a desaparecer y no regresan hasta sus 16 años y más. Y no lo hacen en su mayoría atraídos por las ofertas culturales.
El pasado año en mi experiencia en un centro educativo un adolescente, Mohamed, me preguntó qué significaba la expresión “obra de teatro”. Se me vino el mundo encima y ahí sigue tambaleándose.
Porque no hay adolescentes, ni jóvenes en la representaciones de teatro, ni de de danza, ni tampoco en conciertos de música clásica, ni visitando exposiciones de arte, ni en las presentaciones de libros ( en una en Tarrassa solo estaban los seis miembros de la familia del escritor cuyo libro presenté). Posiblemente estén todos ellos demasiado ocupados en actividades extraescolares (qué bien) y los padres demasiado ocupados en sus actividades diarias para preocuparse de la formación cultural de sus hijos. Con buenas excepciones. O en actividades extramóbiles… ya me entienden, el viaje a ninguna parte…
3. Si los adolescentes entre ocho y dieciséis o dieciocho años (los hombres y mujeres del mañana, dicen) no tiene necesidad de cultura tampoco van a tenerla en los años venideros porque nadie implantó en ellos la semilla de la curiosidad, de la emoción. Nadie les contó lo hermoso que era detener el tiempo, olvidados los móviles, y vivir el aquí y ahora en una representación e incluso en la lectura de un libro. Digámoslo claramente. A nuestros hijos o nietos adolescentes no les interesa nada que no sea rápido, vertiginoso, estimulante, colorista en una prueba contra el tiempo con máxima bonificación y recompensa. Solo lo líquido (por lo de las pantallas líquidas) interesa lo que les llevará a ser exploradores digitales de primera y cretinos culturales de segunda. Y viceversa.
Ese concepto de mundo no va a ningún lugar. Paul Torrance en el año sesenta advertía que las escuelas del futuro iban a servir solo para enseñarnos a pensar. Pasaron más de 60 años y las escuelas siguen con su transmisión de conocimiento, sin intentar luchar por descubrir los talentos individuales, sin intentar demostrar cuál es la fuerza y la capacidad transformadora de las artes, de la lectura, de la música, de la vida.
Que los actores, que los cuentacuentos, que los escritores, que las pequeñas compañías fuera de los grandes circuitos teatrales tengan poco público en sus actividades culturales empieza a ser ya una norma. Ese fracaso en esa biblioteca situada en la Cataluña sur abrió la puerta para que otros dramaturgos, actores y escritores narraran sus experiencias de vacío con salas con apenas dos o tres personas. El imperio de la incultura crece por doquier y apenas pocas voces se alzan para que descubramos un camino del cual quizás no habrá regreso hasta que los teléfonos móviles sean prohibidos en las aulas, hasta que se retiren como en Suecia los ordenadores personales que tanto daño han hecho en la capacidad lectora y la concentración de nuestros lectores.
Nos quedan quince representaciones teatrales y ahora llegamos a cada una de ellas con el miedo de ¿Habrá alguien?… En Cervera o en Alella mientras actuábamos, las mamás hablaban entre ellas -¿adónde fue la educación y el respeto por los otros?- (algunas se marcharon cuando quisieron) y los niños correteaban en las sillas mientras dos actores y un músico y un director intentaban trabajar en la paz de los muertos, la de Los invisibles, la de los Nadie cuando cualquier monería del pequeño/a siempre tendrá más gracia que el esfuerzo y el talento de una troupe dando lo mejor de sí mismos
¿Este es el mundo que heredamos? Profundamente decepcionado de la naturaleza humana y del corto alcance de la cultura.
Como dijo Adolfo Marsillach yo me bajó en la próxima… ¿Y usted?
Lo que contaron algunos medios…
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