8. La pandilla calavera
Pedro había recuperado la sonrisa. Tenía un abuelo a medias a su lado, y un grupo de sus amigos que parecían inofensivos. De vez en cuando se le acercaban, repitiendo los golpecitos en la espalda, mientras decían: «es avispado, el crío», «y mira qué valiente es» o «una lección como esta le será muy útil el día de mañana». Algunos le hacían caricias y, mientras uno lo peinaba, el otro lo despeinaba. Esto le hizo pensar en sus compañeros de clase: estaba seguro que se lo habrían hecho encima al verse rodeados de esqueletos. Si ya gritaban de pánico con las películas de miedo que echaban por la tele, ¿no iban a hacerlo ahora? Y aquel Tomás Iscariote, el hijo del carnicero, el compañero de clase que iba de valiente y hacía maldades, ¡se habría meado encima y no de risa!
–James O’Brien. El último pirata del Caribe, raptador de doncellas, secuestrador de reinas, hábil espadachín, cuarenta años de vida y cuarenta de muerto, pero el más cuerdo de todos.
El esqueleto con la pata de palo le sorprendió con un saludo marcial.
–Bartomeu Casas. Cartógrafo, geógrafo, historiador, especialista en mapas antiguos, descubridor de nuevas tierras, aventurero, misionero en tierras africanas hasta que una tribu de Umpa-Lumpa se lo zamparon. ¡Llegó ya en los huesos y con olor a tomillo!
–Raquel Deschamps. Actriz de cine mudo, cantante y viuda alegre de un príncipe, de un fabricante de botones, de un soldado caído en combate, de un explorador devorado por cocodrilos al África negra y, finalmente, corista partida en dos por un mago manazas. Es la mejor amiga de los recién llegados. Ha actuado en teatros de éste mundo y del más allá.
La señorita hizo una inclinación con la cabeza, con tan mala fortuna que le salió rodando hasta topar con la pata de palo del pirata. Todo fueron prisas para ayudar a la dama a recuperar el Norte. Ella, sin inmutarse, se colocó la cabeza, como quién se pone un sombrero, para rehacer su saludo; ahora bien, sujetando la cabeza con las dos manos.
–Cuando Barbazul, el mago, me serró en dos decidió que, sin cabeza, ya no podía ayudarlo, el muy desagradecido –dijo la dama.
–Ludo Linguine. Poeta, malabarista, artista de palabras poco usadas, inventor de la sopa de caldo y la sopa de letras, torturador de los que cometen faltas de ortografía, creador también de la caligrafía y celebrado ilustrador.
–Kim, de la India. Treinta años de vida, devorado por un león y después cuarenta más como muerto. Cazador a Bombay, domador aficionado en Francia, criado de dos amos en Italia, mensajero a la selva de Borneo, acróbata del circo italiano y guía de exploradores salvajes, ¡siete en uno! Un enano que hace lo que haga falta.
Era aquel esqueleto pequeño y más animado de todos. Casi casi medía lo mismo que Pedro. Era como verse en una máquina de rayos X en la consulta del médico, pero ampliado por los dos lados. Iría desnudo del todo de no ser por aquel turbante blanco crudo que le cruzaba la cabeza.
–Ken Wilson, el gigante negro que ya conocías porque te ha venido a buscar al cementerio. Jugador de baloncesto de la NBA, 215 centímetros de altura, 95 kilos de músculo en vida que una pelota mal lanzada dejó difunto.
El viejo continuó presentando a aquel grupo tan bien avenido. Algunos le daban la mano –o lo que les quedaba de ella–, se quitaban la cabeza para saludarlo; una bailarina le hizo un plié con los dos pies y una graciosa reverencia. Otro de los esqueletos, al adelantarse, tropezó y se desmontó en un saco de huesos por el suelo. En apenas unos segundos sus compañeros lo habían montado de nuevo, solo que habían confundido la izquierda con la derecha y le habían cambiado las manos. Con la derecha, finalmente, saludó al niño. Carpos y metacarpos estaban fríos, y por debajo del hueso se sintió un cosquilleo.
–Pero, a pesar de tener esta buena pandilla de amigos, me sigue faltando tu abuela. Que conste que la he buscado mucho: he enviado mensajeros a las galerías subterráneas, en vano. Se ha esfumado como la tarde de un domingo de cine. Pedro, tú tienes una voz más llamativa que la mía; unos ojos que ven más que los míos; piernas más cortas, pero más firmes. Y ahora que ya nos conoces a todos… ¿me ayudarás a buscar a tu abuela?
Seguirá
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