15. Hasta que la muerte nos separe, e incluso después
–Mira que muertos, vienen muchos; muertos de hambre, muertos de risa, muertos de pena, muertos de envidia, muertos de tristeza; pero todavía no había venido nadie a verme encarnando la muerte con tanto estilo –comentó la bruja–. Si crecieras un poco más, enano, serías clavadito a la figura del dibujo. ¿Y qué llevas en el saquito, niño –que me ponga contenta?
Cuando Pedro escuchó niño pensó por un momento que se dirigía a él. Él no quería tratos con aquella bruja. Se movía como un insecto gigante haciendo equilibrios encima de aquel cuerpo repulsivo y monstruoso.
Ken abrió el saco y sacó un rubí, una piedra preciosa de color granate fino y, sin duda, muy valiosa. La dejó sobre la ruinosa mesa.
–Qué hombre más precioso: una joya de hombre para una joya de mujer –suspiró la vieja Tarántula, o eso pareció–. De no ser tan bajito, te convertiría en mi marido. Pareces un maharajá con ese turbante. Pero estoy segura de que habrás oído que tuve cinco maridos aquí y cinco maridos allá y que a todos, de alguna forma u otra, me los he zampado. Siéntense, amigos. Podéis preguntarme lo que queráis. ¿Fortuna? ¿Mal de amores? ¿Viajes? ¿Un veneno que mata dos veces? ¿Polvos de ángel condensado para poder volar? ¿Una lengua de dragón en salsa de moscas para hablar siete idiomas? ¿Jarabe de bastón para una operación de vida o muerte? ¿Qué el Tió[1] de Navidad hable y haga porquerías en el salón de una casa? He hecho eso, y mucho más. ¿Qué os preocupa, príncipe mío?
–A mí, nada –respondió Kim–. Yo necesito poco para vivir. Solo que el viejo quiere encontrar a su mujer desaparecida.
–Ah, ¿y por estas bagatelas me molestáis? Será por falta de mujeres aquí, viejo. ¡Coge la que quieras!
–Pero yo quiero a mi mujer. Y no quiero otra. «Hasta que la muerte nos separe, e incluso después», le dije, y pienso cumplirlo.
–Caramba… veo que el hombre es todo un galán. Me gusta que todavía queden caballeros de antiguas costumbres y buenos trajes. Me gusta tu corbata negra. También tu bigote. Déjame echar un vistazo a mi bola mágica…
Y dicho eso, se acercó al cráneo con las dos esmeraldas resplandecientes y comenzó a acariciarlo. Al momento, las piedras preciosas que la vieja llevaba en los ojos empezaron a chispear.
–Cabecita, cabecita mágica. ¿Verdad que soy la más hermosa?
–¡Eres la criatura más hermosa de este mundo, y del otro! –le respondió el cráneo.
–Gracias, mentiroso. Me halaga que no pierdas las buenas maneras. Venga, dejémonos de cháchara, que tienes trabajo. Busca en el pasado de este hombre, y encuéntrame a su mujer.
Y dirigiéndose al viejo del bigote blanco, añadió:
–¿Cómo se llamaba la difunta?
–Remedios, ¡que en paz descanse!
–Que en paz descanse, nada. Si estuviese en el cielo, no estará aquí y en mala hora me habrás venido a ver.
–Usted perdone –le respondió el abuelo, trastocado.
–¿La llamaba de alguna manera especial? Porque, como Remedios, no encuentra nada mi cabecita mágica.
El hombre dudo…
–¡Mediacostilla! –recordó emocionado.
–¿Mediacostilla? Qué ridículos sois los hombres enamorados. A mí, mi marido me llamaba «Escorpión Negro», «Reptil Cuatrojos» o «Mariposa Diabólica». Me gustaba esa consideración tan distinguida. Habría detestado un «florecilla mía» o «bomboncito». De hecho, todo el mundo sabe que envenené a uno de mis maridos cuando, una tarde de lluvia, se le ocurrió llamarme «solecito mío», cuando de sobras sabía que me gusta la luna y la noche. Pero bueno, concentrémonos, que estos recuerdos me dan mala espina…
De repente, de los ojos de la calavera surgieron imágenes que se proyectaron en la pared. Parecían escenas de una película. Se oían ráfagas de ametralladora, gritos; se veían soldados caídos, aviones de combate que cruzaban el cielo, tanques que invadían la tierra y, rodeado de todo eso, un joven que cogía un fusil y disparaba.
El viejo se tapó los agujeros de su cráneo con sus huesudas manos, como si no quisiera ver nada de aquello.
–Aquí no está, señora, aquí seguro que no.
[1] El Tió de Nadal («Navidad» en catalán), es un personaje mitológico representado por un tronco mágico con barretina al que, a partir del día 8 de diciembre, se le da de comer cada noche y se le tapa con una manta hasta el día de Nochebuena. Es en esa noche cuando los niños, mientras cantan canciones navideñas, golpean al Tió con bastones para que «cague» regalos. (Nota del traductor).
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