10 de julio
Habría sido completamente feliz si no hubiese oído a mi madre, mientras comíamos, pidiéndole a mi padre que no me dejase sola ni un momento, que en los conciertos hay gente muy alborotada, que beben y vomitan, que se drogan, que no sabía si era una buena idea que me hubiesen dejado ir…
“Una promesa es una promesa”, ha respondido papá (¡bien dicho!) y me ha prometido que iríamos, que prepararíamos una merienda-cena bien pronto, a las siete y media en punto, y que a las diez estaríamos en Sils. ¡A veces quiero tanto a este hombre!
Llevo oyendo todo el día una de las últimas canciones de Carlos que musito como una oración de peregrinos.
Me salto todas las canciones en que canta el sapo de Villa, porque me estremece y porque tendría que callar, o sea, cerrar la boca para siempre.
Nada tiene sentido si tú no estás, Carlos. Nada. Ángel mío, ¿me enseñarás el paraíso hoy? ¿Debo mirarte como una esfinge? Mientras todos bailen, se muevan, levanten los brazos y tarareen tus canciones, ¿no debería permanecer quieta, impávida, escultórica, mirándolo fijamente, como una aparición, como una estrella caída del cielo que necesita de su luz?
Te tengo que dejar ahora, cuaderno de hojas blancas y tapas rosadas, porque debo pasar del papel a la vida, como aquel estudiante de teatro, encerrado, que memoriza con atención su papel antes de salir a escena. Sabe que en cuanto cruce las bambalinas, que pise el suelo de madera o el entablado, llegará su momento de gloria y de darlo todo, arrebatar el corazón de la gente que lo recompensará con el aplauso.
Hoy te digo una cosa: solo quiero un corazón, Carlos, el tuyo. Yo pongo el mío en tus manos para que lo acunes, siempre que me prometas que tendrás cuidado, que nada ni nadie ahogará tu voz y que tendrás solo ojos para él…
11 de julio
¡Mi padre es lo que no hay!, ¡lo nunca visto! En vez de dar una vuelta por el pueblo solito o meterse en un bar, ha insistido en acompañarme todo el concierto. El pueblo es pequeño, lo sé. Las marismas, al sur, el campanario de Santa María de Sils con una inscripción: “Piensa en la muerte. Vive”, casas alrededor… Al norte, una larga avenida desértica recalentada por el sol del verano. La explanada del concierto está al lado de la estación de tren, donde aparcan los vehículos.
Todavía estoy rabiosa con mi padre… Como un guardaespaldas, ¡no se ha movido de mi lado ni un instante! Yo, quieta como una estatua decapitada, y él, viejo decrépito, moviendo brazos y piernas sutilmente; eso sí, siguiendo el ritmo, tarareando yo qué sé y sin parar de charlar… “¿Sabes que está muy bien esta gente? Tienen más baladas que aquellas canciones de rock ruidoso de las grandes bandas”. El entendido, ¡ufff! Estoy segura de que hemos llamado la atención. Hemos sido el hazmerreír de la gente. El padre y la niña consentida. Seguro que Dharma compone una canción del viejo y la niña pura. La letra es mía. Soy bue-ní-si-ma haciendo versos, ¿a que sí?
Había un hombre agarrado a una niña
Como aquella nariz pegada a una cara.
Ella estaba dulce, espléndida y serena,
Y el San José agarrado a la puta vara.
Dejad a la pobre criatura,
Que no tiene ojos para nadie si no es la banda.
Ya quiere volar más allá de las alturas
Atada a un burro que, loco, brama y manda.
Y la chica busca fiesta, alegría
Y es que ella, ay, está en secreto enamorada
Pero el guardián cercano y largo en miopía
La encadena a él, pesado como plomada.
¡Dejadla ir! Cantaría el trovador
¿Qué pelao quiere, ay, el cuento de la lechera?
Ella canta y aguanta las penas del amor
Y sufre mientras su corazón revolotea
Debía creerse que era parte del regalo engolosinar a su hija, ser el envoltorio del bonito regalo, hacerse el entendido, guardián de las virginidades. Me molestaba que no me dejase ni un momento, ni para tomarse una cervecita, pegado a mis talones y todavía me pedía, el muy zopenco, que me moviese un poco, que parecía alucinada, que a los conciertos no se va a escuchar sino a pegarse un bailoteo y que en sus tiempos (allá por la Primera Guerra Mundial), los jóvenes del pueblo buscaban pareja yendo por los entoldados de los bailes de las fiestas mayores de los pueblos vecinos y que aquello lo contaba muy bien el escritor Joaquim Ruyra… y habla que hablarás. Que aquella noche él había estado de suerte porque había encontrado a la chica más bonita de la fiesta mientras me miraba con ojos iluminados o con ojos de amor (que es una estrofa de los gozos de la Virgen de Misericordia) ¡Patético!
¡Le diré a mi madre que mi propio padre quería ligar conmigo! Y que no se cortaba en darme abracitos y tocarme la espalda. Habremos llamado tanto la atención que no entiendo como no han lanzado los focos hacia nuestras cabezas. Y cuando digo “lanzar” no quiero decir apuntarnos, iluminarnos, sino tirarlos físicamente sobre nosotros, aplastar al viejo baboso y a la niña consentida.
Rossy se ha presentado mal vestida con un espécimen humano todavía peor vestido: se llama Rafa y es skinhead. Va de negro y con cadenas por todo el cuerpo y la cabeza rapada. He tenido que saludarla y presentarles a mi padre. Rossy presumía de novio y, mirándonos, no ha podido evitar reírse por debajo de la nariz. Mi padre le ha dado la mano… y el tío ni lo ha mirado. Como si no estuviese.
Está claro que si alguien lee mi diario (y eso no pasará nunca porque cuando Carlos sea mío lo quemaré), pensaría que después de hacerme el favor, soy poco agradecida y una mala hija. Mire, señor, señora, usted no conoce a mi padre. Porque si no lo entiende será mejor que vaya a un psicólogo.
¡Al grano, al grano! ¡Hey! Tranquilo. Que me gustan las letras y la fiesta, y tampoco sé qué caray haces tú leyendo mi diario. ¿Quién te ha dado permiso y cómo ha llegado a tus manos? Está claro que todo el mundo quiere público, pero un diario personal es eso, PERSONAL e INTRANSFERIBLE.
¡Hey!, ¿y Carlos?, preguntas ahora con más prudencia y en un tono halagador.
¿Carlos, dices?
Sin palabras.
Si canto sus virtudes, si describo su belleza, su gracia; si hablo del azul de sus ojos, de su estatura de campanario real, de sus cuerdas vocales que tocan a oración y a adoración… lo querrías para ti, pavisosa, y ya tengo suficiente competencia (de trescientas a quinientas jovencitas tirando bajo) gritando su nombre y enviándole besos… No, nena, yo no te haré un anuncio.
¡Ya lo creo que lo escribiría! Dentro de los créditos que hice sobre publicidad y consumo te diría: “Ángel llegado a la Tierra bajo la apariencia de músico de rock patilargo, de voz deliciosa y rompecorazones, a quien le sientan mal los pantalones negros de cuero y la chupa cuando su vestido natural es su piel y las alas”.
Según párrafo del anuncio: “Paleta de las artes en la que se mezclan las artes escénicas, las artes pictóricas y las artes musicales, también las cinematográficas y las literarias. Un compendio de Arts Poética (el poeta Horacio en su libro hace una analogía entre pintura y poesía), y Ars Amandi, del poeta Ovidio”.
¿Has visto? Has conseguido con malas artes lo que no quería: informarte de una de las maravillas de la creación, de una pintura viviente de Dante Gabriel Rossetti, de Sir Edward Burne Jones, de Caspar David Friedrich u otros románticos. Carlos me parece el Lord Byron catalán que en vez de escribir poemas escribe letras de canciones.
Sí, el arte y la literatura siempre han sido mis pasiones. Música y músico son el mismo lienzo; la música abandona su marco para multiplicarse y poseer aquello que escucha para doblegarlo y poseerlo. Y a mí, Carlos, me has poseído… Te has llevado mi voluntad y ahora soy tuya, humilde y mustia como un cachorro que solo espera la caricia de su amo para ser feliz. ¿Querrás mimarme?, ¿querrás sonreírme?, ¿querrás clavarme el blanco de tus dientes en mi cuello por un crepúsculo eterno?
Verte una sola vez es morir. Verte dos veces es morir dos veces. Solo cuando tus ojos se hundan en los míos, llegará la resurrección.
24 de julio, concierto de Dharma en Espolla.
¿Dónde demonios está Espolla? ¡Socorro!
0 comentarios